Sé que comprenden que esto lo digo porque es necesario
continuar haciendo el esfuerzo de reconocer lo que nos está pasando como
sociedad, -y, en definitiva, como nación
devenida en colonia-, si queremos en verdad cambiar.
Nada ni nadie se abre al cambio, sin antes aceptar lo
que hasta el momento ha sido. Nada.
Por esa razón pienso que sería una insensatez insistir
en dejar de ver lo que ya es tan brillante como el Sol mismo: que ante el
absoluto dominio del régimen que nació con Chávez y ha sido mantenido por la
cofradía mafiosa liderada por Cuba, Maduro y las FANB, literalmente todos los políticos de oficio
venezolanos de oposición, -en el interior
de nuestras fronteras permeadas o en el exterior del país-, incluyendo a
los “asesores” y “opinadores” que les secundan y actúan en
complicidad, sólo han sido hombres y mujeres que en esencia, (y en contraste
con la afición por la violencia sistemática utilizada por el régimen), le
temen a todo lo que suponga el uso de la fuerza y de la contundencia, actuando
en consecuencia siempre para no invocarla.
Ellos le temen al poder del consenso, al poder de una
población en la calle sin vuelta atrás, y al poder de las armas dirigidas no a
oprimir, sino a liberar, y esto es así, porque reconocen que ellos mismos no
podrían garantizar sus propias supervivencias políticas si se colocan del lado
de la transparencia y el ejercicio de una justicia totalmente imparcial a
partir del uso de esa fuerza.
Es por eso que en esencia, los políticos venezolanos que
estaban llamados a propiciar un cambio que supusiera el destierro del régimen
que terminó gobernando al país, sólo han liderado la sumisión y el fracaso
durante más de 35 años.
Un fracaso monumental, sólo tan grande para erigirse como
lo hace frente a todos, como grande ha sido el pedestal que nosotros mismos le hemos
construido poniendo las espalda, -dóciles y rendidas pese a nuestros alardes de
arrogancia fútil-, para que semejante traste rígido y muerto, amalgamado con
nuestro sudor y la sangre de miles de víctimas, se mantenga en lo más alto de
todo, para señalar la dirección que como territorio sin ley republicana alguna,
hemos elegimos por acción u omisión soportar, como quien obligado a llevar un
dildo en su ano sin rechistar, suda frío de indignación pero se dedica a
disimular, en vez de simplemente sacárselo.
Ahora que cierra el 2021 con una revolución cebada y su
oposición descansada aunque esté totalmente acéfala cuando buscamos virtud y
rectitud (mientras que el poder sigue en las manos de quienes son intocables
ante la falta de una amenaza creíble), nos corresponde desenmarañar lo que
podemos esperar a lo inmediato, de no cambiar nosotros mismos con una acción
fulminante, al próximo año 2022.
Percibo que llegado el fin del teatro electoral de
Noviembre, la lacerante realidad se mantiene ahora inclemente, golpeando a
quienes quedan levantados con la esperanza de que la “Democracia y las Instituciones
del país” sacarán al actual “gobierno”, quedando estos ahora ante virtualmente
el único escenario factible que valga advertir, y que obedece casi exclusivamente
para su ocurrencia, a los propios intereses que puedan tener quienes detentan
el poder: El referéndum revocatorio
presidencial.
Esta posibilidad sin embargo, hay que verla con
cuidado y tomarla con pinzas como todo en Venezuela; muchos no estamos de acuerdo
con que la salida a esta tragedia sea por esa vía, porque ha dependido
exclusivamente, (ante la falta de
amenazas reales), de que el propio régimen quiera “retirarse” a disfrutar
de sus fortunas personales, (como hizo desde hace poco el ahora ex
gobernador Omar Prieto, -de la Gobernación del Estado Zulia-, quien tras su
terrible gobierno saliente, dedicado a la mafia y a minar Bitcoins durante su
mandato, ahora opta por “disfrutarlos”, impunemente).
Para nada va a depender de la cantidad de votos que se
puedan lograr en ese referéndum, dado que para nadie es un secreto la alta
manipulabilidad del sistema electoral vigente, sea por la vía de la reorganización
de los votos a conveniencia, por la extorsión a los votantes, o por la
manipulación mediante el aparato judicial venezolano, que tiene puerta abierta
para modificar lo que quiera y cuando quiera; agreguemos a eso que al aceptar
esto (el referéndum) como única vía para salir del régimen, supone también
una especie de espaldarazo al status quo, al no achacarle atisbo alguno
de ilegalidad a una situación que de por sí y desde hace rato, debería
justificar un alzamiento popular.
Aunque esperar hasta la fecha “legal” para
reclamar el ejercicio de un referéndum era inadmisible a mi modo de ver, (ya que postergaba lo que de facto podíamos haber
hecho de inmediato -el levantamiento-), lo cierto es que guste o no, la
llegada ahora del período señalado por “la
ley” para solicitarlo, nos pone en la oportunidad, más que de activar un mecanismo
legal, en la de:
1: Darle chance al régimen para que se vaya si ya es lo
que quiere, como lo habíamos mencionado (con
lo que nosotros los dejaríamos ir sin exigir justicia, en tanto que los
políticos de oficio se matarían ansiosos por agarrar lo que iría quedando),
y
2: Ponernos en la situación de intentar al menos activar
este mecanismo que, aunque casi nunca
funcionó para nada, al menos serviría para que, si nos lo vuelven a negar, poner
en evidencia que insistimos en ser unos auténticos eunucos incapaces de fraguar
nuestra propia libertad.
Tengo que reconocer que desde hace tiempo no sé qué
más decirles sobre esta etapa ruda de desgaste final que hemos vivido, porque
todo sigue aún el mismo guión aberrante, mientras que el régimen se continúa adaptando
y aprendiendo a usar la desgracia de todos nosotros como ex ciudadanos,
para fundar y extender sus propias empresas de lucro y abuso.
Sé que es durísimo lo que voy a decir, pero hay que
aceptarlo de una vez por todas:
Hemos sido una sociedad carente de fe real en algo que
consideremos propio como comunidad humana organizada bajo el amparo de algún
ideal nacido, -y no impuesto-, porque si lo piensan, jamás nos dimos
cuenta de que hemos vivido de herencias, de epopeyas ajenas, y de héroes del
pasado. En ningún momento nos empeñamos con rigor a construir algo,
sentirlo como propio, y conservarlo. Nunca.
Hasta hoy.
Ahora por asunto de supervivencia tenemos que hacerlo,
o seremos testigos de nuestra muerte como sociedad, tal como lo hizo la
Venezuela que habíamos heredado y que finalmente por acción y por omisión, -insisto-, le dimos mesiánicamente a
Chávez para llevarla a la funeraria de la historia.
Sé que la verdad es muy incómoda, incluso si la digo
en mis propias palabras y con la humilde visión de las cosas de alguien que se
mantiene anónimo.
Hasta ahora hemos preferido morir de pie con nuestra
arrogancia, -así se lleve por delante a
nuestras propias familias-, que aceptar la equivocación y enmendar el rumbo.
Ahora un referéndum que probablemente no dependa de
nosotros en su resultado, puede que sea la única salida, -aunque deshonrosa-, de esta etapa que mansamente hemos aceptado
vivir.
Lo digo porque si no es por la vía del referéndum, ya
solo nos quedará -insisto, nos guste o no-,
para derrocar este régimen y a esta mentalidad de vivir, la vía del alzamiento
popular, la del golpe militar con apoyo extranjero, o la de un terremoto u otra
pandemia que deje en pañales a esta que nos dejó en el suelo desde el 2019,
mientras infecta y mata a quienes detentan el poder y a quienes los dejaron
hacer y deshacer.
La violencia; esa que nos ha acompañado indiscretamente
desde el 2002 y casi siempre a cuenta gotas, con la suficiente “suavidad” como
para que nos justifiquemos ante el espejo cada mañana desde hace décadas al no
hacer nada exitoso para detenerla, en de hecho una hemorragia continua pero
lenta, para la gente que optó por rechazar la contundencia de la acción de
todos, al dejarse someter por la ambición de pocos.
Entendamos (insisto), que bajo las circunstancias actuales donde el régimen NO TIENE
AMENAZA CIERTA QUE ATENTE CONTRA SU SUPERVIVENCIA, nada cambiará, a menos que
los mismos protagonistas del dominio, decidan irse por su propio beneficio y
resguardo.
(Es decir, los
que gobiernan, incluyendo al caído en desgracia Juan Guaidó, quien habiendo
podido pedir, organizar y coliderar la intervención militar extranjera y el
levantamiento popular, optó en cambio por los cantos de sirena de la vieja
guardia adeca que aún desde la misma Venezuela y desde España, lo controlan).
NO HAY AMENAZA cierta. NO LA QUEREMOS SER AÚN, y no
hay político ni líder aquí o afuera que lo sea; no nos constituimos al presente
como peligro para ellos, y ya ni siquiera como parte de instrumento alguno para
alcanzar o mantener el poder por parte de terceros grupos interesados.
Nos hemos convertido en descartables, porque es el
sistema de gobierno y modelo de nación que nuestra propia apatía y falta de
cohesión permitió nacer y prosperar, ya no sólo entre nosotros, sino por
extensión también sobre nuestros hijos, el que se auto sustenta y depreda todo
a su paso.
Esto no lo digo como sentencia condenatoria para todos
los que estamos unidos por Venezuela; lo digo desde la más pura intención de dejarnos
de una vez por todas desnudos y sin excusa frente a la verdad que ha drenado lo
mejor de esta nación oprimida, para dejar únicamente una especie de concentrado
toxico y dañino de sumisión, envasado en un oscuro contenedor de arrogancia y
prepotencia, que fue etiquetado con el rojo de la revolución, luciendo con el
azul de la oposición, escritas sobre ella las falsas palabras de “soberanía”,
“libertad” y “justicia social”.
Es que todo es falso, queridos compatriotas; hemos
reducido la existencia republicana misma a un enorme tinglado de suposiciones,
mentiras y orgullos deformes, sin ley o juez alguno en quien creer.
Hay amor, sí, y dignidad, sí, pero se mantienen atomizados,
dispersos, latentes, sabiéndose insuficientemente unidos y repartidos como para
marcar un nuevo rumbo aún, aunque van haciendo lo suyo, imparablemente, con
paciencia.
Desnudarnos; hacerlo para dar el
paso definitivo;
No creer en que se puede, sino hacerlo porque ya no
hay opción; ese es el gran motor de la supervivencia, cuando ya sin medir
consecuencia más allá de la libertad y la justicia misma que se desea alcanzar
para ejercerla y conservarla, se pone en las manos prestas a construir y
transformar, lo que antes sólo se llevaba en el corazón: el amor por la
dignidad humana bajo el amparo de los cielos.
Suena como un salto al vacío hoy en día, -lo sé-, al carecer de figuras públicas
decentes que no estén contaminadas con alguna dosis letal de esta historia
decadente en la que casi todos hemos sido participes o cómplices por guardar
silencio, y sean en consecuencia capaces de liderar el nacimiento de una nueva
era; aun así, ese es un salto necesario, porque si no eliminamos lo tóxico, no
dejaremos jamás espacio para la transformación y posterior manifestación y
ejercicio de lo decente.
El periodo chavista fue muestra fehaciente de lo que
no debe repetirse: el dejar infiltrar desde el principio a cualquier iniciativa
de “renovación nacional”, con el extracto pérfido y casi siempre heredado del
interés de pocos, porque es condenar a la revolución que nace viciada entonces desde
el principio, a girar en círculos descendentes, -como avión con el ala
quebrada-, impregnada y marcada en la frente por el miedo a reconocer la
verdad, dando espacio en consecuencia a que bizarras figuras como hoy, en
nombres como Maduro, Diosdado, Guaidó, Leopoldo, Cilia, Capriles, Rosales y
miles más como ellos, pululen y prosperen, arrastrando lo que aún no haya
quedado abatido en el país.
Mientras no nos decidamos a poner en cargos públicos a
personas que sólo se dediquen a administrar y liderar el ejercicio de la ley, y
que puedan ser investigadas, verificadas sus vidas y pertenencias, removidas de
sus cargos en los tiempos máximos preestablecidos, sin ningún tipo de
reelección o prorroga posible, y castigables nada más se detecte el delito, -a
ellos y a todos los familiares y amigos que disfrutaran conscientemente de lo
robado-, nos estaremos condenados a seguir girando en esos círculos
funestos, como bueyes amarrados a una pesada piedra de molino, mientras
convertimos en polvo de oro para otros, lo que pudo ser en justo orden y
responsabilidad, un país de bien para todos, ahora muerto y esperando por su
entierro, como única manera de dejarle espacio a esa nueva nación que aún debe
germinar y crecer con nuestro cuidado.
No tengamos miedo a escribir el epitafio de esta
Venezuela que cumplió su ciclo; no tengamos miedo en señalarnos para decirnos
que no supimos dejar “hijos dignos” (como
sociedad, a lo largo de las décadas transcurridas desde los 50´s), capaces
de mantener y prevalecer con algún sentido de dignidad y pudor, obteniendo en
consecuencia, únicamente sucesivos gobiernos que nos llevaron de fracaso en
fracaso. Tampoco tengamos miedo a reconocer que de esto se trata la vida: de
errar, de reflexionar, de elevar la consciencia y de finalmente, corregir y progresar.
Jamás se trata de rendirse y
perecer.
Es que no hay tiempo perdido ni ganado, cuando se
trata de la vida y de los pasos necesarios por el destino para aprender.
Somos un inmenso conglomerado disímil de perspectivas
y consciencias diversas, heridos, confundidos e incapaces aún de coordinarnos
bajo un ideal que alcanzar, pero eso cambiará, y cuando nos decidamos de manera
espontánea, -o premeditada, mediante la organización-,
podremos antes de lo que creemos, estar festejando un cambio profundo y
duradero.
Recuerden: no hay guerra eterna: Hasta
el holocausto más grande, deja sobrevivientes y entre ellos la semilla del
cambio positivo.
Nos duele descubrir que estábamos en el “paraíso” (por lo natural y rico, no por los
gobiernos y las actitudes que teníamos), y ver que nos lo dejamos
quitar de a poco, entre los pliegues que nuestra propia obesidad mental nos
ocultaba.
Ahora que estamos desnutridos y raquíticos, no debe
haber sitio donde ocultar nada, a menos que insistamos tercamente en hacernos
pliegues al doblar otra vez nuestras espaldas y piernas para arrodillarnos y
hacerle reverencia a ese extracto puro y sucio que en forma de minoría mafiosa
tras el disfraz de “gobierno”, “oposición”, “fuerzas armadas”
y “amigos internacionales”, nos dominan y escupen.
Tenemos que dejar de aceptar esta violenta manera a
cuenta gotas de sacrificarnos sin sentido; el cambio es ya, si lo decidimos, y
ahí sí, cualquier sacrifico estará justificado y será recompensado.
No crean en líderes de Twitter ni de red social
digital alguna. Crean en quien haga en rectitud y transparencia, lo que como
sociedad, no hemos podido hacer pero anhelamos en silencio.
Cortemos el cordón umbilical que nos ata a estos
serviles gusanos de oficio que, en género masculino o femenino, hemos llamamos “políticos”;
démosle espacio a los que quieren servir y honrar, a quienes quieren brillar
por el mero brillo de la honestidad a toda prueba.
Aun podemos. Es todo lo que tengo
para decirles.
Los métodos y las formas, bajo la idea de “hojas de
ruta”, “decálogos de honestidad”, “lineamientos estratégicos y
tácticos para el ejercicio de la soberanía”, y hasta la “guía del
verdadero ciudadano”, aguardan ya en decenas de páginas de este blog por
todos ustedes, sin necesidad de que sepan quien los hizo, más allá de que fue
alguien como ustedes, que tan sólo le puso palabras a lo que todos presentíamos.
Sirva entonces la imagen con que acompañé esta entrada
al blog (hecha en Argentina para Javier Milei, economista y ahora diputado
del congreso argentino), para ilustrar el leitmotiv de cada
palabra que dejo aquí para ustedes con devoción por la verdad: “No vine a
guiar corderos; vine a despertar leones”.
Despierten.
Aún podemos. La Providencia así lo dispuso.
1 comentario:
Todas y cada una de esas palabras tienen una profunda y verdadera realidad, de unos ciudadanos que fuimos traicionados por una oposición vende patria y traidores que les tiene que caer el peso de la ley terrenal y divina.
No se les pueden llamar Políticos, si no más bien "seres sin conciencia y emoción".
Nuestra patria se hubiera salvado de esta dictadura comunista narcotraficante si la Oposición no se hubiera vendido.
Por eso todo estas líneas reúne una cruel realidad de lo que es la Política de los partidos que se aprovecharon y están desangrando a nuestra madre patria.
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