Insistir
en que solo marchan los de la oposición a solicitar el ejercicio
constitucional del referéndum, es un error que deja por fuera a todo aquel que no siendo de la oposición, censura y reclama la renuncia de Maduro por incapaz; igualmente errado es la pretensión del gobierno de descalificar toda expresión de disidencia o critica,
enfrentándolo con contramarchas, campañas millonarias y movilización del
aparato policiaco y militar, en compañía de los colectivos no pocas veces armados y |violentos.
Expresiones
radicales leídas reiteradamente en medios electrónicos y redes sociales en el
país, que estigmatizan a oficialistas y opositores por igual, parecieran reforzar simultáneamente esa miope visión de
“exclusividad opositora” o de "exclusividad oficialista", que no hacen mas que mostrar la intransigencia que domina
a los bandos políticos y de poder en disputa (mientras las verdaderas mayorías son ajenas a sus intríngulis, pero no a sus
consecuencias económicas y sociales), exhibiendo en el ínterin el desespero con el que
dichos bandos se apoderan de lo que constituyen instrumentos republicanos y de
“dominio público” (Como el referéndum), tergiversando con ello el panorama nefasto que la intransigencia
gubernamental, devenida en una especie de régimen a conveniencia de
quienes gobiernan, más que a nombre de los “gobernados” (en franca contradicción por cierto, con la
idea republicana de colectivo soberano y participativo).
Hay
miseria y miserables de bando y bando; eso no puede ocultarse, ni dejará quizás de verse en la marcha del 1-S, aunque ello no sea garantía de que serán señalados y criticados, en lo que pareciera una obstinada obsesión social por defender a los indefendibles (a muchos de los políticos protagonistas de hoy), dilatando con ello el sufrimiento que padecemos como sociedad.
En resumen, la
marcha del 1-S puede ser un bello gesto de manifestación popular, aunque
seguramente no será traducido con atino por quienes deberían escuchar y
obedecer.
En
cualquier caso -y a nuestro pesar-, probablemente solo se convierta esta manifestación
en un hueco esfuerzo que ningún cambio acabará produciendo, simplemente por
estar muy atado aún al trauma de viejas manifestaciones, por pretender cambios inmediatos sin poder militar que lo
catalice constitucionalmente, ni moral que lo inspire en la estructura ética
del Estado (hoy disfuncional y en descomposición), o por caer en la creencia
infantil de que vivimos en una república amante y
practicante de la constitución y sus leyes, mientras la estupidez se apodera de
gente encumbrada y acolchada ($$$) en el poder que significa en Venezuela ser
gobierno.
Si
no hay ética, no puede moverse nada a favor de lo ecuánime y de lo sublime.
En
cuanto al referéndum solicitado para revocar a Nicolás Maduro, quiero insistir
en lo más importante, y lo cual se está pisoteando sin pudor alguno:
En la voluntad popular reside el concepto de pueblo soberano, y la manifestación de éste en su
resolución a efectuar el referéndum en sí (que
no implica su destitución hasta la realización de la medición electoral),
debe ser respetado en el hecho de haber sido solicitado al cumplirse la
mitad de su mandato (el de Nicolás),
y por tal razón, aunque los tecnicismos del CNE pospongan hasta enero o febrero
su realización, el resultado final debe buscar cumplir la voluntad popular
planteada en el 2016, y por tanto, respetarse el resultado con el
consiguiente llamado a nuevas elecciones presidenciales. Si el referéndum
fuera solicitado en el 2017, -siguiendo
la misma lógica del espíritu constitucional-, debe entenderse que la
consulta solo busca revocar al mandatario, mas no a su partido político (cosa que si está planteada con claridad en
el presente).
Difícil
resulta obtener estas altas interpretaciones de la boca de nuestros políticos;
más difícil aún será sacarles del capricho en que viven y hacerlos obedecer, pero el
tiempo está a nuestro favor, porque no hay manipulación que dure lo suficiente para
cubrirlos, ni continuidad en el poder que soporte los cambios que incluso la aparente inmovilidad produce en las sociedades.
El
tiempo de la desconfianza ha llegado; es otra manifestación del desierto de las
ideas y de las arenas de la futilidad.
Debo
apelar a la vieja literatura, para decir: “Los
perros de la guerra están sueltos”.
Solo
espero que no muerdan a los inocentes más de lo necesario antes de que despierten y actúen.
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