¿Por qué seguimos
flotando en esta “nada” desesperante, secuestrados todos por tan pocos negligentes
en el poder?
Respuestas:
1.
Porque la MUD no entiende que ser
“oposición” no supone que sea oponerse
a todo lo que hagan quienes no estén con ellos.
2.
Porque el oficialismo no entiende que
estar en el Gobierno no es hacerse “uno” con el Estado, amoldando el marco
legal a sus conveniencias, al tiempo que reniegan de todos aquellos que
disientan. (Pues eso es autocrático
y eventualmente dictatorial,
como es el caso presente).
3.
Porque aunque hay una sola masa social
sufriente, existen dos cúpulas políticas, que impiden cualquier solución que no
pase por la aniquilación del otro bando politico.
En
la Venezuela de estos tiempos es clarísimo que la manifestación de la voluntad popular
no es suficiente para ejercer gobierno (Comenzando
con el ignorado hecho de que la expresión del “50 más 1” en una votación -no exenta de polémicas en este país sin
ética en sus funcionarios-, no puede ser entendido a priori como una Democracia
que atiende también a las minorías en una Republica: es decir, a ese “50 menos 1” que termina siendo el perdedor,
al quedar relegado, desdibujado, e inexistente frente a los que gobiernan, como
“pueblo” al que por ley a de tomarse cuenta en sus necesidades y derechos);
tampoco ayuda la actual componenda interinstitucional “CNE-TSJ-FANB” que hace imposible
asociar cualquier concepto de “soberano”, al de un mandato emanado de la
población, haciendo que entonces cualquier mención por parte de un político a
la idea de “soberano”, termine siendo solo un discurso vacio, “populista,
pero sin pueblo que lo escuche”.
No
resulta suficiente la “chatarrera de
motores fundidos” (que ya son 15) que el gobierno se empecina en mantener como
estrategia de acción en su agenda ya inútil e irreversible; ahora también toman
turno en esta vorágine de inutilidad política, personajes fuertemente asociados
con la cuarta republica que se vuelven voceros y actores principales de la
actual “vanguardia” opositora venezolana, haciendo fútil casi toda esperanza que
quisiéramos anidar, cuando se escuchan expresiones como: “Nosotros junto al pueblo organizado estamos luchando por tal cosa…”
Frases
como esas, alegóricas a un pueblo que no resulta soberano ni en su casa, resultan presentes a diario tanto en el
vocabulario del cinismo oficial, como en la prepotencia opositora, siendo de
uso común y sin restricción moral, resultando en un engaño sistemático (por premeditado) y continuo (por el
tiempo que lleva practicándose) de la población, que entonces viene y cae en la
errada creencia de que “solo
organizándose de acuerdo a lo que se le dice”, (y no solo ejerciendo lo que en la
constitución se establece), pueden obtener algo en concreto.
Esa
sugerencia político-partidista resulta en un desprecio directo a la idea de republica esgrimida por nuestra constitución,
como noción clave y fundamental de organización, capaz de garantizar el
ejercicio pleno de los derechos y deberes constituidos como elementos básicos
de interacción y progreso de todos nosotros, sin excepciones ni
discriminaciones de alguna índole.
Déjenme
decirles que no hace falta la existencia de una “burocracia” paralela nacida de
colectivos, comunas, consejos, misiones, entre otros, para que los derechos y
deberes de los individuos sean respetados y exigidos, a condición esto de que
la noción republicana se mantenga por consenso sobre todos nosotros, como la expresión máxima de ciudadanía
entendida y practicada en Venezuela. Es así únicamente como los funcionarios honrarían
sus compromisos con la gente, y los políticos prometerían cosas que de no
cumplir, saben que supondría su destitución y caída en desgracia frente al
colectivo.
Fíjense
que tan corrosivo como es ese engañoso mensaje de paralelismo burocratico,
resulta ser también la idea que ha ido tomando fuerza en la oposición como
principal argumento para apelar al referéndum revocatorio, referida a la
sustitución del actual “modelo” (refiriéndose
ellos a la revolución chavista), lo que a falta de un modelo alternativo (difícil de ver nacer de las “entrañas” de la
actual MUD o de algún movimiento conciliador de tercera vía, pues aún no
existen), ha hecho que varios políticos de vieja “estirpe” sugieran la idea
de la vuelta a un “pasado posible” (entiéndase:
todo lo anterior a Chávez), como solución casi mágica a los problemas
actuales, obviando con ello el hecho inocultable de que la semilla de lo que hoy nos
ofrece estos amargos frutos (la forma de
hacer revolución, sus protagonistas y las consecuencias socioeconómicas y
políticas que padecemos), fue creada, sembrada y “cuidada” al calor de los
errores políticos, económicos y sociales de ese mismo pasado que ahora dicen,
era “mejor”, con el agravante de que muchos de esos “cultivadores” originales,
aún son protagonistas de lado y lado en el actual mundillo político venezolano.
Insisto: ¿No
es acaso mejor procurar entonces recolectar bajo un concepto y nombre de aceptación
universal para todos nosotros, todos los aciertos de ambos modelos, (descartando
en el proceso todo lo negativo), como base entonces para construir un renovado
y fresco modelo de desarrollo socio económico que pueda ser abrazado por todos
sin resquemores, al ser reflejo fiel y sin interpretaciones adicionales, de la
constitución?
Por
estas cosas ocurridas hasta hoy, es que Venezuela se ha vuelto un peligroso
desierto donde las mayorías pasan todas las penurias de tan aventurada acción sin
rumbo claro ni organización practica; por eso vemos al mismo tiempo presos
comunes y presos políticos envueltos en la misma tramoya jurídica inoperante,
injusta y clientelar; pacientes sin medicamentos y hospitales sin tratamiento
ni ética que los mantenga de pie; poderes del estado poniendo de rodilla a
otros poderes, por ser todas instituciones parcializadas con sus propios
intereses en medio de una sociedad victima de la inmoralidad que la hace
traficante de su propia existencia.
Un
país entonces en desasosiego, críticamente desorientado y organizativamente disfuncional,
incapaz hasta hoy de autocorregir ese rumbo que pocos en un poder mantenido de
facto a través de la esquiva de los mecanismos legítimos constitucionales,
siempre a costa de las mayorías ya acostumbradas a la miseria, como quien se pudiera
“acostumbrar” a ser pellizcado permanentemente con un alicate de presión.
Resulta
positivo (en medio de la amargura)
sin embargo, el reconocer que ese desasosiego y esa desorientación experimentadas
hoy (se admitan o no), suelen ser los
principales indicadores previos a importantes cambios sociales por venir. (Por eso nada cambió mientras había dinero
para repartir: casi todos se sentían “comodos”)
El
débil piso conceptual sobre el que 99% de nosotros tratamos de hacer equilibrio
(entre la sobrevivencia y la subsistencia), en tanto que el 1% que mantiene el
poder político y económico, vive en una orgia de dinero y posibilidades casi
infinitas para los suyos, sus amigos y sus “socios”, nacionales o
internacionales, tarde o temprano cederá, y solo la previsión que seamos
capaces de establecer, podrá evitar una caída desoladora, donde Venezuela solo
sería un eco lejano en la historia, para dar paso a otra cosa.
La
única opción al final estará íntimamente relacionada con la noción que vamos
a tener que lograr concebir de lo que debe ser un gobierno de consenso, que
sea por cierto, imposible de asociar con un partido político especifico (*).
(*):
Entiéndase sobre todo MUD y PSUV, porque
se habrá comprendido que estos no han sido más que enormes fachadas tras las
cuales las personas de débiles escrúpulos podían someter a las mayorías y
ponían en práctica la impunidad frente a lo mal hecho, arrasando con sus
verticales y cupulares estructuras, a las voces de quienes se atrevieran a
alegar por la verdad.
Solo
al entender que el éxito nacional viene de las masas de personas comprometidas
con la noción de Republica como único instrumento de superación social, y que
sea verificable “en tiempo real” por las mayorías para garantizar la aplicación
de la voluntad soberana bajo los
designios de la carta constitucional y las leyes nacidas a partir de ellas, es
que podremos romper el enfermizo paradigma que nos está hundiendo en esta
situación tan agobiante.
El
ejercicio de la justicia ciega e imparcial (pues
nace de la noble intención de proteger al colectivo constitucionalmente
organizado en republica), se erige como el primer paso para construir la
confianza requerida en toda propuesta social de paz y desarrollo.
No
es por accidente que este tiempo se levanta como el momento del desespero y de
los desesperados; las voces altisonantes en el oficialismo y en la oposición
admiten las más depravadas conductas sin castigo alguno aplicable, pues se
trata de que el final de un ciclo se acerca, aunque no sin antes exigir el pago
del precio de tanta injusticia, inmoralidad y complicidad tolerada de parte de
un pueblo bipolar en su conducta, -al
hacerse víctima y victimario-, que no supo exigir sus derechos sin gritos
ni violencia, ni obligarse a cumplir sus deberes sin haber apelado a la
corrupción o a las excusas.
Mientras
sigan privando los tecnicismos y los burocratismos sobre la voluntad del “soberano”,
la mentira se mantendrá “fresca y mandona” en un territorio, antes pretendido como
sana ofrenda a la vida por el civilismo y a la búsqueda de justicia y progreso
que creíamos desear.
Pero
no nos mortifiquemos; el gran ciclo de cerrará: recuerden que antes fueron los
llamados adecos y copeyanos en el antiguo congreso nacional quienes haciendo
uso del ardid político, dividían elecciones
y creaban obstáculos en contra de la llegada de un entendido cambio de
gobierno de la mano de un ex militar, mientras que ahora son los llamados hijos
del ex militar los que con iguales argucias políticas y administrativas usadas
en el pasado (de allí la idea de que esto
sea un gran ciclo), buscan obstaculizar, retrasar o anular, cualquier
cambio que los aleje de la embriagante orgia de poder conquistada.
Los
que hoy se erigen como “adalides y
paladines de la causa justa en contra de los ogros sádicos que nos gobiernan”,
no son mejores que quienes detentan el poder en la actualidad, y que usaron la
misma frase para justificar sus pretendidos cambios de gobierno.
Entender
esto es clave para ver que aún cambiando gobierno en este preciso momento, y aún
tomando las medidas adecuadas en lo económico, no significaría para nada que
estaríamos saliendo de “la noche a la mañana” del desierto en el que poco a
poco hemos estado perdiendo la vida republicana, pues aspectos claves como la
justicia, la ética y los valores morales que emergen necesariamente del núcleo
familiar, también han perdido peligrosamente su sentido al calor de esta
sofocante percepción nacional en donde nos hemos metido.
Insistamos
en que no se trata de ser pesimista; recuerden que hemos conversado de estos
aspectos tan abstractos en el pasado: se trata más bien de ser optimistas pero
razonablemente realistas, frente a las consecuencias que hay que asumir.
Ya
no son tiempos de improvisar; más bien lo son para adaptar, sin perder de
vista valores intangibles pero demoledoramente influyentes y determinantes como
la moral y la ética.
No
hay amor sin moral; no hay moral sin verdad; no hay ética sin educación, y no
hay educación sin registros fidedignos de lo elevado y de lo oprobioso que nos
ocurra.
Pese
a estar caminando peligrosamente cerca del borde del abismo, también es cierto
que siempre hemos estado a un paso de tomar la dirección correcta; a un paso de
despegar en un nuevo vuelo, deslastrados quizás de tantos errores. Todo aguarda
en definitiva por una decisión colectiva, lejana de figuras mesiánicas o demasiado
centradas en sí mismas y en su “infalibilidad” como líder. En resumen: Todo
aguada por un consenso nacional.
Como
en un tratamiento doloroso para una enfermedad, la recuperación comienza en el
mismo momento en que aceptamos el sacrificio y el dolor del momento, a cambio
de un futuro mejor. Aún tenemos tiempo de deslastrarnos de esa prostituida definición
de “pueblo”, y pasar a la de “colectivo de personas ciudadanas”, que se dice fácil, pero que implica un
cambio profundo hacia la buena estructura del pensamiento verdaderamente
republicano.
Nos
ha costado avanzar, porque hemos desatendido la necesaria estructura ético-moral
que mantenga a la sociedad en cohesión y evolución. Vivir de épica, de mesías políticos,
de grandes figuras históricas, asfixia al presente, porque todas esas cosas pertenecen
consecuentemente al pasado. Es lo que cultivemos en el hoy, -con las lecciones del
pasado-, lo que nos da verdadera energía e impulso para progresar.
Aún
somos merecedores de cosas buenas; solo tenemos que ganarlas, esforzándonos.
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