Como en su momento
ocurrió en el vaticano, el humo negro parece que ha aparecido sobre nosotros, para
avisar que no habrá (por ahora…),
liderazgo alguno, oficialista u opositor, capaz de enrumbar las cosas por
donde aspiramos todos los que por la calle de la venezolanidad y la venezolanización caminamos, esperanzados en
ver un redireccionamiento en el rumbo de Venezuela, que nos aleje
definitivamente de la falta de visión oposicionista, o de la arrogancia de
aquellos que siendo oficialistas, juegan a la estrategia de crear enemigos para
justificar sus acomodadas posiciones de poder .
Contrariamente a
lo que muchos piensan, como el humo negro que para los católicos parecía no
acabar durante la espera por la elección de un nuevo papa, el luto nacional no
termina con el entierro o la exhibición del cuerpo de Chávez, según
decidan que sea más conveniente para los altos jerarcas en el gobierno. Nuestro
verdadero “luto” nacional terminará cuando el luto de cada hogar, víctima de la
criminalidad y la falta de valores nacionales, pese en el colectivo que somos,
y muy particularmente, en el Estado y quienes se encuentren ejerciendo el
poder. Solo entonces podremos levantarlo. No sin mirar atrás y pensar en los caídos
innecesariamente en un combate no comprendido, en una guerra no declarada,
contra nuestra propia ceguera como país.
El panorama venezolano luce más desolador que nunca, pues la hora de las imprecisiones
y las dudas se acerca galopante. El vacío de liderazgo real (no de aquel liderazgo partidista, o
caudillista, o tan siquiera elegido en primarias más parecidas a inocentadas de
muchacho que otra cosa), se hará patente y duro con el pasar del tiempo; la
revisión de las creencias atesoradas como infalibles hasta hace poco, de parte
y parte, darán paso a dudas razonables. Ante lo que se avecina como un reto al
colectivo nacional que deberá fundarse de a poco, se levantará la realidad de
que por un lado, la oposición no puede pretender crear un líder, sea mediante
primarias o concesos y negociaciones, -sujetas
a los caprichos de los hilos ocultos de poder entre sus filas-, pues este
debe insurgir como la lava de un volcán en erupción, capaz de aglutinar sobre
sí los esfuerzos coordinadores naturales para alcanzar el poder, sin pretender
ser él mismo el poder, y por
el otro, que el presidente Chávez, pese a sus indiscutibles aciertos y humanas
formas de acercarse a los problemas individuales, colectivos y nacionales, -pero siempre salpicado por garrafales
errores administrativos y conceptuales-, no fue en definitiva, Jesús el
Cristo, ni el redentor de los pobres (como si lo fue de facto,
Jesús), mientras que sus fichas claves en el alto gobierno, -estando él en vida-,
rotadas entre los diferentes puestos creados, y hasta la saciedad, no llegaron más allá de
cumplir el papel de una especie de “Judas Iscariote” en colectivo, -al que le falta aún suicidarse tras su
traición-. Ninguno ha sido capaz de tomar las ideas del Chávez que pudo ser,
para así sacudirles el polvo cuarto y quinto republicano, y enrumbar
con un aire superior y claro, un camino innovador en el país. No hay
manera en que el trabajo de los luchadores sociales y de los que con
esperanza seguían al hoy fallecido presidente, pueda ser honrado por
la sarta de personajes que hoy tomaron del suelo, -más que de su mano-, el testigo de esta carrera de profundidad, que
amenaza con dejar ya sin “aire”, a más de un corredor, desprovisto de cualquier
estrategia sensata de competencia. En el ínterin, los zorros más viejos y sagaces,
de bando y bando, amenazan con su paso lento pero firme detrás de cámaras, con
alzarse en sus pretensiones de poder, en la oportunidad en que los visionarios
pero aún desprovistos de poder real organizado, no logren ascender la empinada
cuesta en esta carrera de fondo.
Maduro representa el antónimo
de su propio apellido; Capriles sigue hasta el día de hoy, incapaz de mostrar
un discurso integrador frente a la realidad del país. Sus salidas en tiempo electorales
hacia Colombia, EEUU y otros destinos internacionales, debilitan sus
posibilidades de crear una imagen de fuerza nacionalista. Mientras los
oposicionistas luchan por defender la internacionalización de la política venezolana
al ritmo de Bogotá, Washington o Brasilia, el oficialismo perdió la capacidad
de construir en Venezuela, al escoger la revolución latinoamericana como paso
previo a la concreción de metas claves a lo interno de nuestras fronteras. El
resultado ha sido una nefasta pérdida de oportunidades, al tiempo que las
necesarias acciones de justicia social, se convertían en prebendas políticas partidistas,
lejanas a cualquier sentido práctico de construcción nacional realmente
autosustentable en el tiempo.
Aún son tiempos de
agitación y cabezas calientes. Las bravuconadas reditúan mayores dividendos políticos
que las palabras congruentes con los equilibrados actos que una política venezolanista
y justa, recomendarían.
Tener poder para
detentar una posición, sigue siendo en nuestro país, más importante que
demostrar con argumentos los valido de una propuesta política.
Pareciera que nadie
entiende, que ya no es el tiempo de sustituir una posición política por otra:
Es tiempo de crear una nueva.
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