domingo, 4 de septiembre de 2011

¿Qué es la política?; ¿Qué nos está haciendo?

Parecen unas preguntas cándidas, engañosamente simples, trilladas desde hace mucho, y que en todo caso, versan sobre un tema que hemos tratado ya en los principios mismos de este blog. Estoy consciente de que hay muchas definiciones ofrecidas desde los tiempos mismos de Aristóteles; reconozco que incluso, existen seguramente miles de tratados, libros y tesis sobre el tema político, y que no por ello, dejan de observarse sin embargo, espacios libres para que hablemos particularmente de aquella visión cotidiana, simple pero intensamente palpable, que se puede describir como ciudadano normal, expuestos día con día a sus efectos, en cualquier magnitud imaginable.

Quizás sea más preciso de cara a escudriñar tan complejo concepto humano, preguntar cuándo una lucha reivindicativa, -sea social o laboral, digamos-, da paso a la negociación donde se cede algo, a cambio de otra cosa, sin que el beneficio neto y deseado, llegue exclusivamente a la parte ahora tratada injustamente.

Precisamente en ese instante, creo que la política como la estamos viviendo, nace como tal.

La estrategia política, entonces, bajo esa concepción, no sería más que el mantenimiento del momento, - ahora político-, en el tiempo, tras la búsqueda de un objetivo, y con ello entonces, la cultura política (que es a su vez la suma de los momentos políticos sucedidos, devenidos en costumbres de acción y pensamiento), se vuelve valor de vida en quienes crecen expuestos a ella, como único catalizador utilizado para conseguir la satisfacción de las necesidades sociales, pero que sabemos, muchas veces terminan ofreciendo beneficios a medias, y que pueden ante cualquier descuido, favorecer a pocos, dando la espalda a muchos.

Deseo hacerles unas preguntas, antes de continuar. Este es un tema que exige de entrada, cuestionar nuestras costumbres y valores al respecto, dado que no sería posible avanzar hacia otro nivel sin lograr conscientemente deslastrarnos del nivel en el que nos encontramos ahora.

1.- ¿Por qué el político es visto con desconfianza?

2.- ¿Por qué el político es un ser al que buscamos para suplir una necesidad ante la imposibilidad del accionar individual o colectivo frente a la estructura gubernamental republicana, aún sabiendo que debemos cuidarnos de él y de lo que aspira para sí, más allá de nuestra exclusiva necesidad?

3.- ¿Por qué al luchador social, que hace lo mismo pero sin tener un cargo ni una paga exclusiva, pues lo hace desinteresadamente, no logra los mismos resultados que un político?

4.- ¿Un político es un luchador social que consigue una remuneración económica estable por vías a veces cuestionables?

5.- ¿Por qué de la percepción cotidiana que ve a un luchador social, como alguien más honesto que un político?

6.- ¿Por qué el mundo sindical, con sus luchadores sociales, se presta a tantas versiones que describen a muchos de sus protagonistas, como políticos que de continuo negocian lo innegociable en lo laboral?

7.- ¿Se suma a la ecuación “luchador social/político”, la figura del sindicalista tradicional?

Estas son preguntas cuyas respuestas, resultan difíciles de encajar en la buena lógica, en ese buen sentido común que nos aparta prudentemente de la locura, a quienes vivimos de plano, en los estratos tradicionalmente sin un poder articulado y efectivo en el país, pese a los ánimos revolucionarios existentes, que en muchísimos casos, solo se ha limitado a crear una burocracia “gubernamental-popular” paralela, igualmente ineficiente.

Pareciera que no es fácil darle una instrucción, una orden a un político, sin que este active a conveniencia igualmente de sí mismo, como decíamos, los mecanismos necesarios para la consecución del bienestar colectivo buscado, y ello si es estrictamente necesario para lograr su respectiva prebenda, lo que a su vez da origen a múltiples intentos necesarios, de parte del mismo colectivo social, para conseguir un logro puntual, no sin que ello haya dejado de significar, dilapidación y malversación de fondos en el proceso.

Quizás esto sea la génesis del fracaso que varias alas del gobierno han mostrado, ahora y en el pasado, pese a la potencialmente exitosa revolución que en el país se ha aspirado implantar. Recientemente el presidente de la republica, muy a propósito de esto, decía: “critiquen al gobierno, pero apoyen la revolución”; lo considero uno de esos comentarios que resumen toda la intención y la fe que ante un proyecto o una propuesta, se puede tener, independientemente del balance de fracasos y aciertos, que se pueda tener. Yo me hago solidario con esa afirmación, pues en verdad que una revolución, -esa verdadera revolución de la que hemos hablado en pasadas reflexiones-, aun aguarda por nosotros a la vuelta de la esquina republicana, lista para llevarnos a donde deseamos llegar, pero exigiendo la correspondiente cuota de sacrificio, necesaria como ofrenda ante tanta ineficiencia nacional amontonada con el transcurrir de las décadas.

Si todos fuéramos iguales en la concepción de lo que queremos como nación, y de la manera en ejercitar justamente su espíritu republicano, no harían falta los políticos como los concebidos hoy en día, pues bastaría con acuerdos intergubernamentales y sociales que se limitarían a planificar estratégicamente las pautas congruentes de un camino permanente de desarrollo. Nada más. En cambio, por ser nuestra sociedad una vorágine de disparidades en las concepciones republicanas, pareciera que la figura de moda del luchador social habría de llenar el lugar que como punto de apoyo, la misma sociedad requeriría ante la ausencia del político integro, aunque finalmente ni este luchador, posee la capacidad de disolver por ahora, las complejas estructuras levantadas durante décadas de control político sectario y partidista.

La consecuencia de esto, ha sido una dilatación casi insoportable, de los tiempos necesarios para obtener logros específicos, y la consecuente y denigrante sangría de recursos y vidas, todo ello injustificable desde cualquier ángulo que se le intente ver.

No hablamos en esta reflexión, obviamente, de execrar al político aún sobreviviente, de revalorar al luchador social, y de proteger al sindicalista, a priori. Se trata más bien de dimensionar, como un primer paso hacia la cordura colectiva, las distintas relaciones existentes entre los individuos, y entre estos y sus representantes y activistas, a la vista del sistema de gobierno republicano prevaleciente que hemos aspirado ejercitar. Luego vendrá esa revalorización que sobre todo, de cara al luchador social, y al buen sindicalista (no al malo…), que arriesga hasta su vida por un ideal, que siempre arropa a sus compañeros de trabajo, buscando la superación de los mismos, deberemos hacer para su justo reconocimiento y respeto. No podemos seguir aceptando que el trabajo de hormiguitas de estos últimos, sea vilipendiado por la actitud arrasadora de los bachacos que son los primeros (los políticos).

A esos políticos, (y a su subdivisión mas pérfida, -los políticos tradicionales del mundo diplomático-), deberemos canalizarlos de una manera no vista hasta ahora, para lograr con ello, y por etapas, la adecuación del modelo de participación individual y colectivo en pleno, con la menor cantidad de intermediarios posible. Sinceramente creo que esto llevará mucho tiempo. Aunque nuestros países latinoamericanos gozan de un calor humano que los hace muy sociales y solidarios, somos paradójicamente, reacios a cualquier esfuerzo colectivo, si este no tiene un beneficio neto en lo personal, sin sacrificios de por medio.

Extremos contradictorios como estos hacen a veces que los radicalismos se liberen de sus prisiones y de los controles sociales que buscan allanar el camino hacia niveles más justos, dando pie a las debilidades morales que toleran entonces las bajezas cotidianas del submundo político.

La humanidad deberá en algún momento dar un paso más allá de la política que desde el siglo XVIII ha prevalecido hasta nuestros días; tendremos que buscar un proceso de acuerdos y negociaciones que no tengan intereses distintos a los del colectivo, y al del uno como expresión individual básica del poder popular.

Obtener un mundo sensato al largo plazo, así como una nación republicana y sensata en este suelo venezolano en el mediano plazo, no son quimeras, y mucho menos utopías inalcanzables. Son alternativas reales que no están más allá de una decisión personal que se haga colectiva.

El paso que nos lleva desde el político, hacia el luchador social o hacia el sindicalista desinteresado que jamás está por encima de las bases a la que representa allá donde la misma asamblea de trabajadores lo delegue, no está en realidad tan lejos en distancia, como si lo está en el tiempo que nos llevará darnos cuenta de lo necesario de ello, y de lo lógico que resulta marchar a través de ese camino de concordia y buena voluntad en beneficio de todos. Acabar con la política tradicional será acabar con las guerras, el hambre y el despilfarro de recursos; acabar con el control real sobre el poder, de parte de pocos políticos, sobre la sensatez de millones de luchadores sociales no escuchados, convertidos en ciudadanas y ciudadanos de a pie como lo somos todos, erradicará la injusticia de una manera tal, que nosotros, -los que debemos morir primero llevándonos nuestras torpes concepciones mundiales, para dejar libre el camino a quienes si serán capaces de materializar estas verdades sin nosotros mismos como estorbo-, no podríamos menos que pensar que desvariamos en una agónica etapa terminal, viendo ante nosotros las puertas de un paraíso que se nos ha negado.

Sigo invitándolos a considerar el sacrificio como valor necesario de aplicar, una vez que veamos ante nosotros la verdadera razón que lo justifica: Una revisión descarnada de nuestra realidad, con la aceptación irrestricta de la supremacía de Dios y de la ley como únicos valores por encima de todos, y con ello la convicción de que solo sobre las cenizas de nuestros cuerpos y de nuestros pensamientos, los hijos y nietos lograrán cultivar en terrenos que ahora sí, serán fértiles a la esperanza que se siembra, y al fruto que se cosecha: Un fruto llamado bienestar.

Dicen que la política es la cosa más sucia del mundo, pero digamos que no porque hayan malas políticas, sino porque hay políticos malos; es decir, ciudadanos dispuestos a transgredir la ley en sus propios beneficios.

No hay opción a la única realidad que vivimos en Venezuela como nación: Estamos “ebrios y alcoholizados”, incapaces de buscar ayuda, porque no lo admitimos. Puede más la soberbia y el orgullo cuajado en la ignorancia de masas de venezolanos, gestando a su vez a otras masas, -aún más pobres y desesperanzadas-, de venezolanos.

Un sin sentido obsceno; reliquias de una mentalidad colonial…

Apliquemos la constitución y las leyes a cabalidad; dispongámonos a aceptar nuestras limitaciones humanas actuales; reconozcamos nuestros vicios; mostremos decisión a sacrificar nuestras comodidades por los hijos y los hijos de nuestros hijos, y veremos el amanecer de una verdadera revolución.

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