Tengo rato reflexionando sobre esas cosas esenciales de las que hemos meditado tanto; aquellas básicas, fundamentales, casi instintivas en términos humanos, y definitivamente medulares en lo colectivo, como sociedad nacional y republicana.
No veo mejor herramienta que la figura del decálogo, para establecer las prioridades elementales del país en función de la constitución. Cuatro decálogos para cuatro puntos cardinales, o como me gusta decir, para las cuatro patas de la mesa familiar venezolana.
Una cosa elemental, debe siempre girar sobre una idea clara, justa y prometedora.
Por eso les sugería hace tiempo el lema Dios, Justicia y pueblo, como leitmotiv en nuestra nación.
No obstante, presiento que un lema secundario debe estar sujeto a éste, y debe ser quizás la brújula definitiva que nos oriente, con esfuerzo de por medio, sin importar sacrificio requerido, en la dirección correcta que por fin, puedan otras generaciones seguir, una vez muertos todos nosotros:
¡Las leyes son para cumplirlas!
Es así de sencillo en la idea, y así de terriblemente difícil en lo social. Creo que en esto, el Presidente ha encontrado una de sus más grandes dificultades: El llevar a la sociedad toda, un nuevo modelo de pensamiento. Claro, el problema allí estriba en que se quiere imponer como solución sine qua non, un modelo muy particular, importado desde todo punto de vista. Estoy convencido que los esfuerzos realizados hasta hoy por el presente gobierno, aunque fracasen en su contexto y forma de aplicación, por lo ajeno al sentido de venezolano que prevalece, puede, no obstante, convertirse en una especie de enzima biológica, capaz de permitir la síntesis de un nuevo componente, no previsto en la ecuación inicial del investigador, pero si contemplado en la información genética involucrada en la muestra.
Es importante en mi opinión, fundamental más bien, -y lo saben ya por lo que he escrito últimamente-, lo vivido hasta ahora por la nación y por quienes habitan en ella. El intento de hacer valer el derecho de todos, por ejemplo, y el contraproducente efecto de discriminar con ello en el proceso, a “todos y todas”, “blancos y negros”, “indígenas y tribus”, “niños y niñas”, separándolos en una interminable lista de “derecho a que se les mencione”, termina sectorizando agudamente a la población, deslegitimando con ello los derechos elementales como humanos, iguales para todos, pero declarados para cada uno, como puente de avance y progreso.
Decir blancos, es sacar a una parte de la población y etiquetarla; decir afrodecendientes, es la misma cosa. Separar al niño de la niña, es discriminar, al confundir los términos elementales del progreso humano, con los términos políticos básicos que devienen, sin querer incluso, en el control de las masas, al agrupar a la gente en convenientes bandos, confrontables entre si, en medio de sus propias ignorancias populares, las mismas ignorancias que permiten a pocos o a unos, dirigir y modelar cosas nacionales, aún sin tener derecho a ello.
Entiendo y respeto que el presidente, en su intento de mejorar las cosas, trató de instaurar valores superiores, (no coincidentes por cierto, con lo básico referido a la venezolanidad), aunque sólo consiguió poner junto a si mismo, el valor de la filosofía política contemplada en el socialismo, (No sobre él; recuerdo bien cuando en cadena nacional, afirmó hace un tiempo con claridad, que “él era la revolución; y esta no existía sin él”.), no pudiendo determinar en vez, a Dios y a la Justicia, como valores superiores al colectivo completo y venezolano que somos.
Tenemos que ir más allá, que es ir mas allá de ideas políticas preconcebidas, claro está, y llegar a poner sobre nosotros, solo a esas dos figuras universales y aceptables por todo el conjunto social venezolano.
Es una forma de decir entonces que, sobre cada “yo” en este país, sólo ellos (Dios y la Justicia), pueden estar. La suma de los “yo” respetando esta idea, hace que la inmensa “maquinaría” de la republica se mueva “lubricadamente”, haciendo en el proceso, la idea común de la venezolanidad amparada en este lema, la superestructura colectiva impresionantemente poderosa que anhelamos en calma.
No hace falta que “los derechos de fulano”, tengan que ser nombrados de esa manera, para que los demás (entiéndase, el resto de la sociedad), sepan que existen y que él existe. He allí el error conceptual que arrastramos escandalosamente.
Por eso les digo que lo elemental en una nación, no es lo elemental en lo político; ¡la política tiene que obedecer a estos preceptos, y no al revés!
Contar con lemas o directrices fundamentales es vital; tan vital como poder llamar a Dios de esa manera, y saber que en el acto de fe y de entrega, esta la paz.
No hay entonces, en mi humilde opinión, ningún otro lema o conjunto de palabras más importante, que estos dos que les he mencionado. Son la llave para todo lo demás.
Véanlo así: el lema Dios Justicia y pueblo, nos pone en la verdadera perspectiva; es como el que nos hace comprender y decidir, que debemos cultivar la prosperidad. El segundo lema, “¡Las leyes son para cumplirlas!, representa el conjunto de conocimientos, y al mismo tiempo, la resolución para trabajar, que nos permitiría realizar tal siembra, cultivo y posterior cosecha.
Si las leyes no son cumplidas, con la mayoría de los individuos centrados en estas palabras, el fracaso no tarda en llegar, y la marcha en el miserable circulo de la falta de venezolanidad, no tardaría en reasumirse.
¡Las leyes son para cumplirlas!: Nada resulta más contundente y aclarador que esto en la boca de cada persona en esta nación. Imaginen a sus hijos aferrándose a esto para estructurar sus propias visiones de lo que la sana venezolanidad ejercida es; ¡imaginen el país que tendrán a sus pies!
Solo así se puede rehacer la sociedad; sólo así se puede transmutar lo malo en bueno, y castigar al que no la cumpla, sin hipocresías; únicamente de esta manera sabremos que hay un punto cierto de llegada para todos.
La socialización de lo constitucionalmente fundamental, la popularización del apego a la ley como virtud bolivariana, y el reconocimiento irrestricto de la figura maternal de la patria, como hogar fundacional donde la ley esta sometida a Dios, guiando ambos al pueblo que podemos ser, lo es todo.
Si la pasión por el pueblo prevalece sobre la que se ha de tener por Dios y por las leyes, el principio del fin queda decretado, escrito con la sangre de todos nosotros.
¡Que lejos está la verdad del vacío que nos rodea justo ahora!
Sólo la política, aún la de nuestros días, justifica la manipulación, por “una causa justa”: La desfachatez hecha costumbre.
Parafraseando aquel dicho popular, también parte de la letra de una canción pop en los años ochenta, en nuestra tierra, el tuerto tiene tanto derecho a liderar como el que ve y como el que es ciego; sin embargo, no posee el derecho a cegar a quienes buscan la verdadera luz de la sabiduría que sin nombre ni dueño, espera por nosotros.
El resto, queridos amigos, es engaño y diatriba inútil; es decir, política y burocracia auto justificada.
¡Decidámonos a ser venezolanos!
¡Dios, Justicia y Pueblo!
¡Las leyes son para cumplirlas!
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