miércoles, 6 de julio de 2022

Por primera vez en la historia, dos colombianos izquierdistas están en las presidencias de dos repúblicas vecinas.

 

Hablo de Colombia y Venezuela; de Gustavo Petro y de Nicolás Maduro.

 

La historia contemporánea sigue tejiendo sus hilos, indiferente a los deseos de cada fibra involucrada.

 

Estamos caminando un peligroso sendero donde la falta de valores y de ética entre los políticos, está haciendo cada vez menos atractiva la formula democrática verdadera, en favor de modelos con menor alternancia de líderes, privilegiando así a la figura del Estado “benefactor y protector”, y a la del partido hegemónico, no ya como trampolín político a secas, sino como nodo de regulación y administración social.

 

Ahora, Colombia estrena presidente, y con ello el norte de Suramérica se viste con la idiosincrasia neogranadina desde el océano pacifico colombiano hasta el macizo guayanés venezolano y su costa caribeña, como si la izquierda latinoamericana en un torcido giro de los acontecimientos, se dirigiera a refundar a la Gran Colombia, pero esta vez bajo el predominio de la desesperanzada masa popular convertida en un cheque en blanco para una nueva minoría política que ascienden al poder, quizás ya sin retorno para  países que como Colombia y Venezuela, basaron sus destinos casi exclusivamente en la ruleta de unas elecciones presidencialistas.

 

No puedo hablar mucho sobre Colombia y los colombianos; no vivo allí, es su país y como en el caso venezolano, cada pueblo se lanza en la hoguera de su preferencia. Sin embargo, los hilos que se entrecruzan íntimamente al Este y al Oeste de la frontera común entre estas dos naciones, permiten al menos meditar sobre lo que está ocurriendo a fin de dilucidar lo que puede venir para estos pueblos.

 

Sobre Venezuela en realidad hay muy poco que decir que no se haya mencionado ya: Un Estado fallido desde la óptica de la libertad ciudadana y el ejercicio real de la justicia; una nación que funciona y hasta se estabiliza mejor bajo la formalidad ya descarada de una mafiosa administración colonial.

 

Con respecto a Colombia y las recientes elecciones donde gana la izquierda de la mano de un guerrillero que finalmente se tranzó con el sistema predominante de su país para acceder al poder (tal como lo hizo en su momento el golpista Hugo Chávez en Venezuela), tenemos que comenzar entendiendo el contexto de las cifras con que ganó: Petro asciende al poder con el 50.47% de los votos escrutados en la segunda vuelta electoral; aproximadamente resultan ser unos 11 millones de votos, de poco más de un universo de 22.6 millones de electores que votaron, a su vez sobre una base de votantes activos de 39 millones, lo que representó entonces un participación total real del 58% de la población activa para votar, con lo que Petro realmente se convirtió en “presidente legitimo”, con sólo el 28% de los votos posibles a nivel nacional, lo que la pone en similitud con el caso de Venezuela y el triunfo de Rafael Caldera en 1993, y todo lo que ello trajo para el país.

 

Así las cosas, la presidencia de Colombia fue elegida “democráticamente” por minoría absoluta.

 

El mundo “democrático” latinoamericano está funcionando de esa manera, sea socialista, “medio socialista”, “medio de los dos lados”, o “ligeramente de centro” (porque “derechistas”, ninguno), mientras que gente simplemente “honesta y equilibrada, alineada con la honestidad desnuda”, virtualmente no existe en la política actual, ni mucho menos se dejan ver, mientras permanecemos a la expectativa de que aparezcan.

 

 

Colombia tenía todos los elementos sociales para que se materializara esta misma visceral conducta electoral de “démosle el turno a ellos, a ver si resuelven esto” que ya en Venezuela marcó el rumbo desde 1998. La tan cacareada alta clase colombiana, esa de una “trayectoria política de alto perfil frente al concierto de las naciones” según ellos mismos se enseñoreaban, y reconocida además por la habilidad diplomática para ganar territorios particularmente en la frontera que compartía con su vecino occidental, -lo que casi les permite adueñarse del Golfo de Venezuela en tiempos del coronel Londoño-, hoy yace fragmentada y obesa, inoperante frente a los nuevos signos sociales, e incapaz de interpretar las señales que iban destruyendo su cómodo piso de influencia, como recurrentemente ha venido ocurriendo en el resto de Suramérica frente a la negligencia política predominante.

Colombia con su guerra interna, literalmente se acostumbró a vivir con un cáncer en su cuerpo social, a pesar de los gritos de agonía que su vecina Venezuela dejaba salir como clara alerta de lo que vendría.

 

“Democráticamente” quizás, el país neogranadino no tenga vuelta atrás; posiblemente llegó para engrosar una nueva posición en la lista de países carcomidos por su propia inoperancia social y colonizados por sus élites más populistas.

 

Son tiempos agitados para todos; el mundo es “redondo”, así que no hay dirección que decidamos tomar para largarnos muy lejos de la verdad, que no nos lleve eventualmente a circunnavegar y arribar al mismo punto de donde salimos: que nos estamos entregando a minorías políticas y económicas que de a poco se han ido enquistando en el poder, como si fueran los sacerdotes Sanedritas del templo político moderno, devenidos en corporación política con inspiración feudal.

 

El tiempo lo dirá. Quizás, -solo quizás-, Colombia apenas no ha hecho más que comenzar el camino revolucionario marcado por Venezuela; Petro y los colombianos deberán mostrar de qué son capaces para evitar el despeñadero de una estéril revolución tipo chavista, y para eso no hacen falta décadas: únicamente unos pequeños pasos en la dirección equivocada.

 

Por ahora, y para comenzar con nuevo pie (el izquierdo, literalmente), tienen ventajas comparativas que les permiten sacar provecho e inclinar la balanza del lado de la prosperidad: una capacidad industrial y comercial que les permitiría adueñarse del depauperado mercado venezolano, si saben mover los hilos políticos, tomados pragmáticamente de la mano de Nicolás Maduro y así acrecentar su valor geopolítico; devolverle “Monómeros” al régimen venezolano les permitirá ganar réditos, y coordinarse de manera más práctica con el cliente más cercano allende a su frontera Este, mientras desmantela el inútil bloqueo político de su antecesor en la presidencia Colombiana.

 

Las oportunidades económicas abundan en un mundo que hoy más que nunca, muestra que la geopolítica es la que manda; más que cualquier consideración humanitaria. Así estamos y permaneceremos, mientras no demos un giro a la actitud ciudadana de los pueblos hoy en día marginados y doblegados.

 

Del triunfo de Petro se sacan dos posibilidades enormes: Que la alianza de dos neogranadinos en las respectivas presidencias den paso a un dinámico y enorme intercambio comercial en el que Colombia suplante a EEUU y posiblemente a China como principal aliado comercial de Venezuela, mientras que el trabajo coordinado dé además estabilidad como nunca se ha visto, a los dos grandes de la antigua Gran Colombia.

 

El tiempo lo dirá, no ya su población.

 

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