Hoy vengo con
una propuesta, pero antes quiero explicarles de otra manera este fenómeno conductual
que caracteriza la etapa que vivimos como país, y ya no lo haré con tanta
sutileza.
Me centraré en
hacer una descripción de dónde y cómo
estamos, seguidos de un brevísimo repaso de las acciones inmediatas a
acometer, tras lo cual iré al grano con la propuesta, y finalmente les dejaré un
mensaje a modo de conclusión, sin perder en ningún momento el hilo frente a la
necesidad del reconocimiento de la virtud, y del castigo al delito, como
aspectos muy humanos que hemos dejado definitivamente a un lado, no como
consecuencia de la situación, sino como origen de lo que padecemos.
I.
Un derrumbe inevitable; una encrucijada, una decisión.
Les digo que escribo
sintiendo que esto es lo más difícil que este año he publicado, y afirmo esto
porque aunque les he hablado de las cosas que generalmente los políticos y
analistas no nos dicen, (traducido esto
en este “desnudar” de nuestras fallas y vicios como venezolanos y sociedad
disfuncional), no hemos tocado en profundidad a pesar de ello, lo relacionado
a ese aspecto elemental del ser humano y su sistema de valores, que exige y
necesita ver aplicado un ideal de justicia sobre quienes le han dañado y
dominado.
Y es que todo,
absolutamente
todo lo que se perdió en Venezuela, (incluso
una vez cruzada la línea de no retorno y el consecuente derrumbe del país como
imagen sostenible), fue por la indiferencia social (*) que
tuvimos ante la injusticia que nacía, y tras lo cual, ahora todo lo que
hagamos luego de la caída del presente régimen, se va a caer también no muy
bien permitamos que esa misma impunidad vuelva a dominar al país que surja.
NOTA: (*): No traducida en hechos, en acciones de cambio.
Por esto es
que les digo que este es otro de esos “espinosos
y lacerantes” temas de nuestra vida como sociedad, que nos puede “herir” si nos acercamos a él sin precaución,
dado que en esencia (al menos en este
blog), nos estamos desgarrando las vestiduras en medio de la mayor
vergüenza imaginable, frente a lo que hemos permitido que pase, entendiéndolo como
la única manera de aceptar los errores y en consecuencia, rectificar.
No estamos
destruyendo nuestros valores; al contrario: ¡Estamos
despojándolos de la inmundicia que los había cubierto!
Entendamos que
delante nos espera la decisión de si seguir contando o no con esta “política
clásica” que ha vivido entre nosotros junto a sus protagonistas y sus
tendencias ya evidenciadas como corruptas. También tenemos en frente la impostergable
necesidad de definir un equilibrio ético como estrategia administrativa del
Estado, basado en valores humanos como compendio a su vez de aquel conjunto de
nociones elementales -pero justas, reales
y palpables en el día a día-, que todos compartimos como personas, en tanto
determinamos caminar por un camino de bien.
La idea de lo
que como sociedad tenemos por definir, es hora de comenzar a verla desde la
base de lo que debe ser: una familia nacional,
construida bajo la conveniencia especifica de cuidarnos los unos con los otros
de todo aquello que desde adentro o desde afuera, quiera o pueda perjudicarnos,
y para ello tenemos que apelar a la construcción de una “misión” y una “visión” adecuada de lo que queremos convertir en una propuesta de sociedad “razonablemente
justa” (*).
NOTA: (*): Así
como suena, como si de un emprendimiento laboral se tratara, porque acaso,
¿vivir en sociedad no es un gran trabajo a llevar a efecto entre todos bajo
reglas claras y con un beneficio neto personal y también colectivo?
Miren, es que lo
único que necesitamos es acordar que nos conviene tener una sociedad
que acepte a la ley por encima de todos, como la única manera de
mantenernos en la forma de esa “familia
nacional” capaz de dedicar sus esfuerzos no a sobrevivir, sino a prosperar.
Las
matemáticas son sencillas: la prosperidad de uno
que lo hace siguiendo el precepto de que “mis
derechos terminan donde comienzan los del otro”, se suma a la prosperidad de los
otros, resultando en un producto siempre positivo como comunidad.
Es la falta de
ese unidad que tanto hemos mencionado la que ha resultado en este nefasto episodio
violento y en “cámara lenta” que
vivimos, donde Venezuela colapsó y se encuentra en proceso de caída total, tal como lo hicieron las torres gemelas en
Nueva York, -WTC-, y la semejanza no viene por casualidad:
Ello obedece (tal como en el caso del WTC), a la
acción premeditada de fuerzas que quisieron y lograron imponer sus ideas en el
momento. En nuestro caso, el acto terrorista de la imposición de sus
ideas y conveniencias, vino de la mano de la oposición y el oficialismo, casados en un solo régimen de gobierno, y que fueron
los dos “aviones” con los cuales las
más viles mentes terroristas de la política venezolana y cubana, se clavaron en
la medula de una sociedad que crecía dividida en dos torres: nuestros sueños en una, y lo que estábamos
dispuestos a construir, en la otra.
Esto último lo
digo así porque teníamos (y aún exhibimos), una dicotomía entre lo que decimos querer y lo que finalmente hacemos,
lo que trae a nosotros una triste vulnerabilidad frente a cualquier corriente
oportunista que supiera colarse entre nuestras fisuras y divisiones, como de
hecho lo ha ocurrido desde los años setentas.
Imagen: Sentido figurado:
Oposición impactando la “torre de los sueños”. La “torre de lo que estábamos
dispuestos a construir”, sería impactada minutos después por el oficialismo de
la “revolución”.
(Nuestro respeto y solidaridad
con el pueblo de los EEUU, a quien le pedimos permiso para hacer una alegoría a
partir de estas duras imágenes reales producto de actos terroristas)
Imagen: Sentido figurado: La
“torre de los sueños” cayendo; dentro de ella la población venezolana cae sin
estar consciente de lo que ocurre en detalle, mientras se dirigen al suelo. La
“torre de lo que estábamos dispuestos a construir”, con el resto de los
venezolanos, caería luego, con el advenimiento del fenómeno “revolucionario”.
Esa “vulnerabilidad” se hizo parte integral
de nuestra estructura social con el pasar de los años, permeando finalmente
nuestras nociones de valores, al casi ridiculizarlos y arrinconarlos o
reducirlos virtualmente a cosas que solo se practicaban en familia, y eso cuando
se lograba levantar alguna sin haber terminado en hogares divididos y con
resentimientos ocultos o disimulados tras una jocosa y ruidosa, -pero nerviosa-, arrogancia.
Imagen: Aspecto figurado en el
que deambula la población venezolana tras la caída de las “torres nacionales” (¡el
país completo!).
No quiero ser
rudo, pero es que no queda de otra; es realmente fuerte visualizar al país como
un símil de lo ocurrido en Nueva York, pero les digo que es lo más parecido que
se me ocurre para decirles que “Venezuela explotó”.
Olvídense de
que Maduro siguen el poder; olvídense también de que Guaidó sigue siendo “presidente de nada”, mientras Leopoldo y
Ramos Allup le soplan los oídos. Todos ellos, -como nosotros mismos-, estamos envueltos en una inmensa nube de
escombros, mientras el ruido y las llamas aún laceran nuestros oídos y piel,
tras nuestra frenética caída desde las alturas, allá desde más arriba de donde
las ambiciones y mediocridades del oficialismo y la oposición, impactaron
contra nuestra débil estructura nacional…
Ya ellos no
gobiernan; tampoco los cubanos, ni nadie; estamos cayendo al suelo, aún con los
efectos de una ilusión en la mente colectiva, pero con algunos ya atormentados
en el piso, donde vamos impactando y quedando uno a uno (nunca como grupo), deambulando, confundidos, tratando de aferrarnos
a nuestros elementales instintos de sobrevivencia, como animales llenos de
dolor y miedo por las heridas sufridas, aunque en realidad todos estemos en
Shock…
Necesitamos entendernos como lo que somos y por como estamos;
no hay manera de verlo de otra forma sin seguir engañándonos; no hay opción; no
hay más que aceptar que el país explotó, y que lo que queda por hacer es decidirse
a “recoger” los escombros (es decir, terminar de quitar a Maduro y a su
gente, más a Guaidó y a sus jefes, más la servidumbre política y demás “chiriperos”
cómplices), y proceder a “curar”
las heridas, actuando congruentemente (repito),
para aplicar el “único tratamiento”:
- Establecer un acuerdo moral y ético sobre lo que queremos hacer y las reglas para garantizar su cumplimiento (al menos en 4 líneas estratégicas y un decálogo de reglas para la reconstrucción nacional);
- Establecer una Junta de Gobierno (un año);
- Depurar FAN y Policía;
- Nuevo CNE y registro electoral (un año);
- Una Asamblea Constituyente para corregir los errores y vacíos de la Constitución, a fin de general un instrumento superior (seis meses máximo): Proponer Congreso bicameral, reducido y sin más de un suplente, elección uninominal exclusivamente, periodo presidencial de 4 años inicial y por una vez, sin reelección, para llevarlo finalmente a dos años (y obligarnos así a planificar); referéndum con opción cada 6 meses; contrato ético de renuncia al cargo; elección directa de contralor, fiscal y defensor;
- Tribunal de Justicia Especial (tipo “Núremberg”), para llevar a juicio a todo responsable por mala praxis administrativa, traición, crímenes de lesa humanidad, robo del dinero público, tortura, testaferrarios y a quienes disfrutaran de tales delitos, como cómplices (en dos etapas al menos: un año para los juicios a los cabecillas, y otro año para el resto de los investigados e imputados, con detención preventiva);
- Elecciones nacionales con doble vuelta para todos los cargos de elección, al año de instalada la Junta de Gobierno y luego del referéndum aprobatorio de las mejoras a la CRV, donde podremos votar entre los candidatos (no políticos partidistas, pues para ser candidatos deberán renunciar a la militancia), que hayan sobrevivido (o salido ilesos tras la investigación obligatoria y certificación de honestidad), al período de juicios del Tribunal de Justicia Especial;
- Reconocer a los héroes y caídos; señalamiento público a los que se les comprobara culpabilidad;
- Restituir Instituciones y estructura de servicios;
- Subsidios temporales.
Estamos claros
en que nada de esto es fácil, y menos mientras deambulamos entre tanta
adversidad y desánimo, con anacrónicos políticos susurrándonos al oído que todo
lo planteado es un error y que solo ellos tienen la razón; la situación
sanitaria que vino a sumarse, creada por el Coronavirus y aprovechada maquiavélicamente
por el régimen (oficialismo y oposición),
en medio de este “proceso de colapso”
(usando ellos al virus más como una
excusa de control social que como una razón genuina de preservación de la salud
pública), ha causado que el país que creía haber llegando al “sótano de lo posible” con la
paralización de la producción y venta de gasolina tras el derrumbe del sistema
petrolero venezolano, se sienta ahora atravesando un “desierto”, como
recordándonos a los venezolanos que las “siete plagas de Egipto” si existieron, y que las tenemos todas al
mismo tiempo aquí.
A pesar de
todo lo descrito y conocido, siempre habrá tiempo, energía y sensatez para
recuperarnos y transformarnos: Al contrario que con la vida humana individual,
en el contexto de nuestras interrelaciones sociales, el que “muera” el Estado fallido, no significa
no poder “renacer” de inmediato como otro distinto (en el sentido de que se plantea nuevas metas y exigencias) y
superior a todo lo pasado, si ello resulta de la suma de voluntades; es decir, del consenso (ahora sí), de una sociedad.
Decía Juan
Luis Arsuaga (paleontólogo de origen español):
“Vivir es estar permanentemente a punto
de morir; la vida de las sociedades, -como la de cualquier sistema vivo en
realidad-, es un equilibrio dinámico”
“Un equilibrio dinámico”…
Aceptémoslo: somos
un complejo enorme y nacional de interacciones que en teoría debería buscar
tener un equilibrio; uno que nos saque de esta disyuntiva existencial para
decidir si el equilibrio dinámico es más
conveniente que la barbarie propia de
un extremo u otro, en tanto vemos que históricamente nunca tales radicalismos,
alejados de los valores humanos más básicos y virtuosos, han resultado en
beneficio neto y permanente para ninguna mayoría.
Les pregunto otra
vez:
¿Tenemos como sociedad, visualizado con claridad la importancia del
valor humano?
¿Es la virtud en verdad un valor exaltado entre nosotros?
Y si no lo ha sido, ¿Nos platearemos realmente hacerlo?
¿No es acaso esa personalísima noción de que “hago un esfuerzo, obtengo una recompensa y con ello satisfago mi
necesidad y la de mi gente”, el pilar que nos motiva también a
interrelacionarnos como sociedad, buscando cubrir la necesidad de resguardo y
apoyo, como la proyección lógica de aquella idea individual y primigenia de
seguridad y prosperidad?
Probablemente
la respuesta a estas preguntas resulte vaga aún hoy, porque esa escurridiza noción
de equilibrio
(buscado, no conocido, y tan solo
sospechado), es la que ofrece los parámetros necesarios para administrar la
sociedad, y allí mis queridos amigos, -insisto-,
es donde tropezamos y caemos aparatosamente.
Decía Fiódor
Dostoyevki: “Sin una idea superior no
pueden subsistir ni un hombre ni una nación”
Percibo con
toda la humildad que puedo, que por estar nosotros “huérfanos” de ese ideal superior, es que ahora nos hemos ido descubriendo,
-a un ritmo angustiantemente lento-,
como una sociedad carente de algo elemental, entendiéndose con más claridad entonces
la razón de existir de este “desierto conceptual” que como individuos, -y luego como colectivo humano-, atravesamos y padecemos.
Ahora sabemos
que en los valores humanos más elementales y virtuosos que guardamos, está la solución
a lo que padecemos, si hacemos voz común, y esos valores nos dictan el hacer tres cosas de inmediato:
- Conceptualizar la idea superior que asumiremos por consenso; ésta debe ser creada a partir del único instrumento disponible; LA LEY: el preámbulo de la constitución vigente (*) y su articulado, sin terceras interpretaciones.
NOTA: (*): Su inconsistencia con el instrumento
constitucional originalmente salido de la constituyente, deberá ser atendido
oportunamente en la próxima Asamblea Nacional Constituyente de seis meses de
duración, a formarse una vez lo convoque la Junta de Gobierno.
- Derrocado el régimen actual (conformado por todo el oficialismo y su oposición cooperante), proceder a implementar un proyecto de Estado congruente, apartidista(*) y profundamente justo de hecho y de derecho, que nos permita creer en el ejercicio real de ese ideal superior que nos hemos planteado;
NOTA: (*): Los partidos políticos, -que son ONGs en
realidad-, solo deben existir como instrumento de organización de esfuerzos
bajo la línea de pensamientos que se quieran tener, a condición de que no viole
los valores humanos que hemos aceptado como convención del pacto de la familia
nacional. Para el Estado y su Gobierno, recuerden que necesitamos hombres y
mujeres sin más afiliación política que la de la venezolanidad misma; es decir,
ser ciudadanos que han demostrado capacidad de trabajo, y no facilidad para el
engaño.
- Llevar a cabo el ejercicio duro de la justicia sobre quienes se detecte que fueron cómplices, testaferros, encubridores, o responsables de conducir y/o ejecutar la tragedia nacional vivida, y esto con el propósito de aleccionarnos como sociedad sobre las nefastas consecuencias de aquella impunidad practicada.
Lo último
parece obvio, pero resulta que no lo es: tendemos a olvidar nuestros más grandes y
terribles episodios de miseria, -junto con sus protagonistas-, sin entender que
con ello, depositamos en nuestros corazones un agua amarga imposible de digerir.
Y es que la
impunidad permitida hasta el presente nos acostumbró como “sociedad” a la también
aberrante tendencia de “borrar” los
nombres de los que nos hicieron daño, y esto es particularmente cierto al
referirnos a los políticos (*).
NOTA: (*): Entendiendo ya por políticos a aquellos cuyas desviadas y
generalizadas carencias de principios éticos nos ha llevado a sentenciar que “todos
son culpables hasta que se demuestre que solo son sospechosos”.
Queda por demostrar que quedará alguno de pie tras el proceso de investigación.
Expresar política en una opinión y en un actuar es una cosa, y vivir de la
política, otra, totalmente despreciable por cierto.
Ante esto
debemos hacer la pregunta de rigor:
¿Esa capacidad de olvidar, de justificar, ha traído beneficio o
perjuicio?
Yo opino que
ha traído mucho perjuicio.
Este fenómeno “amnésico” se explica en parte porque la
mente social es en cierta manera una “extensión”
de la mente individual; lo hemos comentado en el pasado. Posee mecanismos similares
de acción y de autoprotección frente a lo que percibe que no puede entender o
manejar, y aunque la sociedad lo hace a otras velocidades y tiempos (¿Recuerdan
lo que hablábamos de la explosión y colapso del país al estilo del WTC?),
sus reacciones suelen ser tan viscerales o razonables como le es posible de
concebir también a un individuo, justificando con ello en muchas ocasiones el violentar
sus propias leyes y hasta el aceptar una incongruencia moral o ética, en contra
de los “valores” propios de poblaciones con algún grado de civilismo en sus
venas.
Esa barbarie
es lo que yo denomino el “Síndrome Barrabas”:
Es lo observado cuando Pilatos se lavó las manos ante una decisión de
ejecución requerida por una élite fanática gobernante, dejando hábilmente que
esta responsabilidad recayera en una “sociedad” representada en la plaza, y que
venía excitada y atizada por las calumnias y manipulaciones de la misma élite
del Sanedrín, decidiéndose entonces y sin rubor por perdonar al delincuente (Barrabas),
por sobre la vida del inocente (Jesús).
Este síndrome
lo hemos padecido convulsivamente desde hace décadas, y debido a ello nos
resistimos a ver el grado de perversión
que hemos sido capaces de tolerar
para no arriesgar nuestra propia integridad o la de los que nos interesan,
siendo precisamente ese modo de pensar, la “mecha
ardiente” que finalmente hizo estallar cualquier contención moral en los
políticos que se alternaron entonces en el poder bajo nuestra propias narices.
Queda claro: Nuestro “pecado”
ha sido la falta de determinación para la aplicación oportuna y clara del
correctivo y del castigo ejemplarizante.
Con esto hemos
posibilitado el pensamiento sin freno del robo y el usufructo del poder en absolutamente
TODO lo imaginablemente concebible en Venezuela. ¡En TODO!
¿Les viene nuevamente a la mente esa imagen que les describía la vez
pasada, de Sodoma y Gomorra?; bueno, así, tal cual es la Venezuela
en la que hemos vivido: No porque todos
seamos pervertidos, sino porque a nuestro alrededor hemos dejado crecer y
prosperar a la perversión.
¿En verdad
alguien todavía piensa que el régimen de gobierno que nos subyuga a través de
sus líderes, operadores y oposición, no es perverso?
No caigan en
débiles nostalgias y falsas nociones de que “éramos
felices y no lo sabíamos”, porque no lo éramos en tanto estábamos conviviendo
con el enemigo puertas adentro; evitemos mirar atrás con nostalgia, porque
allá también está el comportamiento tóxico que nos fue envenenando.
Sobre el
pasado solo hay cinco acciones realmente importantes a realizar: perdonarnos
a nosotros mismos y asumir la “pela”;
identificar los logros que rescatar, los meritos
que reconocer, los infractores que
castigar, y los errores que
rectificar.
Dicho lo dicho, ahora, les pregunto:
¿Se imaginan cuánto lo pensarían los potenciales delincuentes de cuello
blanco (y luego “rojo” y de todos colores), si tuvieran la certeza de que están
ante una sociedad que se ha replanteado y ha asumido la ley como valor
inexcusable, ante lo cual ahora no existiera tolerancia con el delito a la cosa
pública o a los crímenes de lesa humanidad, y que en caso de caer en las manos
de la justicia, sus nombres e identificaciones quedarían registrados?
II.
Lo planteado a
continuación obedece exclusivamente a una idea que quiero compartir con
ustedes, -como siempre-, para que la consideren y mejoren en el caso que fuera
aceptada y prosperara.
Entiendo que
habrá gente en contra, como otros estarán de acuerdo; no se trata de venganza
ni retaliación: solo se trata de que todos sepamos que hay congruencia entre lo que
se postula y lo que se hace, y que hemos entendido que el perdón como sociedad, no implica ignorar
las consecuencias de los actos individuales.
Todo lo que a continuación
se propone como concepto, tiene que ver con algo radical en relación a nuestra
percepción social de los eventos de al menos los últimos 40 años, y a la forma
en que los tenemos presentes; implica un cambio de dogma, pero a favor de una
conmemoración permanente, solemne, con un lado crítico (un muro), que nos
permita mantener presente lo ocurrido a lo largo de este periodo de
reconstrucción social y nacional.
El concepto
básico propuesto es el siguiente:
Levantar un
monumento en cada ciudad del país, a partir de las plazas Bolívar existentes o
por construir, con una obra constituida en ellas, por dos partes enfrentadas,
con una en lo alto, de color blanco, y la otra hasta su mitad (pero visible) en negro y bajo el nivel
del terreno, donde queden registrado y visibles, los nombres y documento de identidad
de aquellos que sean encontrados culpables frente a los hechos ocurridos:
1: El monolito
blanco.
Tenemos una
deuda con mucha gente; lo sabemos. Hablamos de todos aquellos compatriotas que con
sus actos han dado brillo a un país lisiado, y que en consecuencia no han sido
justamente valorados y reconocidos: Desde aquel del buen trabajo ejemplar y
brillante, hasta los de aquellos que actuaron con una convicción y cayeron bajo
el peso de la tiranía de la cuarta y quinta república.
Nos referimos
con esto a buscar compensar una necesidad que ha sido mediocremente atendida en
el país: la recompensa que el ser humano necesita por lo hecho con valor moral
y ético, en el marco de una sociedad de derechos, deberes y leyes (en la forma de esa posibilidad real y en
paz de gozar del fruto de su trabajo).
Obviamente no
cabrán todos lo que han hecho algo bueno, aunque no por ello debemos dejar de
intentar representar por cada población, región y finalmente por el país todo,
a los que deben ser reconocidos:
- Victimas políticas de ambos periodos: caídos en las manifestaciones, los desaparecidos forzosamente, y aquellos casos documentados y de relevancia pública de ciudadanos que hayan perdido su vida por negligencias o complicidades en el Estado;
- Militares y policías caídos durante la lucha contra la guerrilla y los movimientos paramilitares (siglo XX y XXI), así como los que han sido víctimas del régimen;
- Presos exclusivamente políticos comprobables de la 4ta y 5ta república, civiles y militares;
- Personajes probos (sin tener sospechas o comprobación de hecho punible) que hayan contribuido decididamente a la construcción de la localidad, región o el país.
En el caso de
la capital del Venezuela, el lugar elegido para esta obra vendrá de la mano del
monumento a los Próceres, el cual sería modificado profundamente a fin de
ampliarlo e incluir de manera solemne, además de los caídos y víctimas en el Distrito
Capital, a los nombres de todos aquellos que en el país sufrieran destino
semejante al de los casos señalados, como un compendio de la tragedia nacional
vivida.
Estas estructuras
deberán estar custodiadas como homenaje, las 24 horas, siguiendo el protocolo
del monumento en el Campo de Carabobo, por un plazo no menor a 5 años, a partir
de lo cual sería revisada la estrategia de presencia permanente, labor que hará
la FAN como acto de contrición por la participación de sus componentes en el
sometimiento nacional durante los regímenes señalados.
Imágenes: Aspecto conceptual a
partir de los cuales podrían diseñarse un monolito en vertical, rodeado con los nombres; segunda imagen tomada como referencia, (a partir de un monumento del glorioso pueblo argentino a sus caidos en la Guerra de las Malvinas).
2: El muro
negro de la infamia.
El proceso de
reinstalación de la justicia en el país no solo implicaría la investigación
justa de aquellos que estén bajo sospecha o señalamiento, sino que también contempla
el de la verificación y certificación de
la probidad de todo político y personaje empresarial que haya tenido
relación con el Estado (y que lo pretenda
tener), y los resultado de todo lo investigado y procesado penalmente no
solo permitirá el ejercicio de la justicia -y
la demostración de una congruencia-, sino que también permitirá la puesta
en práctica de la contraparte al monumento con el monolito blanco donde exaltaremos
a los caídos; hablamos ahora del muro negro de la infamia.
Imagen: Modelo conceptual del Muro negro de la Infamía.
Imagen: Una lista representativa
del alcance que tendrá el proceso de investigación y de “certificación de
honestidad”, en todo el aparato administrativo y político del país. (“El que no
la debe, no la teme”; todos se someterán al rigor de la investigación).
Este monolito
negro tendría un diseño que obligaría siempre a que sus bases estén visibles
por debajo del nivel del suelo, de manera que solo sea visible por su parte más
alta, siempre en contraposición física y por debajo del monolito blanco de los reconocidos
en cada población, región y en el país, (como ampliación de los Próceres).
En esta “lapida” de lo que nunca debe volver a repetirse, se grabarían los nombres e
identificación de:
- Quienes fueran encontrados de acuerdo a la ley, culpables de crímenes contra la Patria, su población y sus recursos. (una letra “(F)” junto al nombre del ex funcionario indicará que se comprobó la participación de su familia en el uso del dinero hurtado del patrimonio de la Nación; una letra “(P)” indicará que se encuentra prófugo);
- Testaferros. (una letra “(F)” junto al nombre del ex testaferro, indicará que se comprobó la participación de su familia en el uso del dinero hurtado del patrimonio de la Nación; una letra “(P)” indicará que se encuentra prófugo).
- Esbirros. Civil o militar: todo aquel que participara activa y violentamente en el mantenimiento del régimen señalado.
Comprendan que
la decisión de proponer esta idea/concepto de un sitio publico simbólico en
cada ciudad del país, donde encontremos desde el reconocimiento hasta el
señalamiento, obedece a la necesidad de establecer un claro “antes y después” en lo referente a la
impunidad, porque el país necesita el shock
de verse reflejado a través del nombre de cientos de hombres y mujeres que
incurrieron en delitos graves a la Patria y a la cosa pública.
Simplemente son demasiados. El daño que infringieron a lo
moral y lo ético, no será cosa que se repare de un día para otro.
Tengan idea por favor de la gravedad del daño estructural que tenemos
como sociedad.
La herida que
tiene nuestro país es grande y profunda, y aunque cura, no lo hará con “tratamientos convencionales y estéticos”
como pretenden los políticos de oficio que nos tienen secuestrados. Esta sed y hambre de justicia de parte de
todos, nos tiene que hacer aceptar un dolor y un sacrificio de manera
voluntaria, no porque sea un castigo, sino porque será nuestra resolución a
cambiar y prosperar, aunque ello requiera poner el “hierro caliente de la justicia”
directamente sobre la herida para cauterizarla, y aunque sabemos que dejará una
“cicatriz”,
no buscaremos ocultarla, para así tampoco olvidar.
Los que han muerto, merecen nuestra resolución a ser mejores y libre, también
en su honor.
III.
Quisiera terminar
este articulo con una conclusión que nos conectara con lo que hasta ahora se ha
planteado en este rio de palabras que ha fluido hacía ustedes a lo largo de
estas semanas, pero francamente creo que ya no estamos para eso; por eso les
digo directamente: sincerémonos de una vez por todas, actuemos, y en el proceso hagamos reconocimiento
de la virtud, con el castigo al delito.
No busquen a
Venezuela entre los restos de este Estado fallido que permitimos tomar forma por
ser nosotros una sociedad dispersa; déjenla ahora morir con honor: ese honor es
el de saber que nos deja siendo capaces de afrontar con gallardía la
construcción de una Venezuela 2.0.
Nuestro error ha sido no asumir que la ley es para una sociedad, lo que
para familia es el amor.
Somos
venezolanos por la forma en que hemos trabajado y la manera en que nos hemos
forjado al calor de los aciertos y errores; eso nos ha dado una combinación
única y maravillosa de virtudes únicamente opacadas por errores pendientes de
corregir.
No es a un
hombre o a una mujer a la que hay que seguir; no sigan a alguien porque eso les
dicen; sigan a sus corazones basados en una sola convicción: “Tengo derechos que solo terminan donde
comienzan los del otro, y que si juntos nos respetamos bajo la premisa de una
ley común, entonces nos cuidamos mutuamente y prosperamos”.