Creo que es cierta aquella frase que sentencia: “Una imagen vale más que mil palabras”. A
veces pasamos años tratando de desenmarañar los pensamientos e intenciones de
aquellos que procuran a través de nuestros votos, alcanzar la silla de Miraflores,
para que en ocasiones, un instante en el tiempo, congelado en una imagen, venga
a contradecir todo lo que dicen, enmarañando aún más los callejones por los que
la política venezolana termina andando.
Desde un Chávez saliendo de la cárcel en los años 90 y
marchándose raudo al encuentro con Fidel Castro, pasando por María Corina Machado,
toda sonriente en su visita a la casa blanca de Bush hijo; o Diego Arria, igual
en sus fiestas elitistas, como caminando
con Carlos Andrés en las cumbres del poder de los años 70, sin olvidar al más
reciente Leopoldo López, de muy buen semblante, casi que contento, recibiendo y
acordando cosas con el ex presidente colombiano Uribe, devenido este ultimo en
una especie de “Yankee traders” del
siglo 21.
Todos, absolutamente todos, muestran sus costuras en algún
momento, y siempre habrá en esta época humana, un fotógrafo para inmortalizar
tal “rasgadura” en su imagen política,
para bien o para mal.
Mantenemos sin embargo, nosotros, la mayor desgarradura en el sentido común, cuando
asociamos con poder, inteligencia o decisión de hacer cosas por Venezuela, a
sujetos que salen inmortalizados en una foto, con factores externos a nuestro país.
La miseria de nuestra falta de autoestima y confianza, manifestada a través de
un impulsivo acto de selección de un futuro presidente, por cualquier cosa,
menos por lo que realmente importa: Su compromiso de ser consecuente con sus
palabras y ofrecimientos, con la verdad por delante. Es decir: Con honor.
No hay hombre o mujer que no llegue al poder sin
mentir, sin conspirar, o sin ser cómplice de algo. Estamos a décadas quizás de
ver lucidez y transparencia, producto de la humildad, al frente de una nación. Quizás
ni décadas de nuestro tiempo basten para ello; quizás formas más avanzadas de
autogobierno probos retumben en las décadas o siglos por venir, pero mientras, aquí,
donde juntos nadamos entre petróleo y excremento, no nos queda otra que comenzar
a levantar un poco más la mirada; por lo menos mas allá de nuestros propios
pies, midiendo nuestro futuro más allá también del hambre que nuestros estómagos
sientan en un día.
Lo hemos reflexionado anteriormente: Seleccionar a un
presidente, en un sistema de gobierno que gira en torno a este más de lo que la
prudencia aconseja, no puede ser cuestión de mera simpatía; Chávez arriesgó su
vida durante un intento de golpe que pretendía corregir cosas, y ni aun eso fue
garantía para observar luego a un gobierno plenamente eficiente, generador de
estrategias y políticas sustentables a largo plazo. Basta ver a la mayoría de
los pre candidatos de oposición manifestando como buscarán hacer un gobierno de
transición, o dejando de alguna u otra manera, siempre la sensación de que
desmontarán y desvalijarán cuanta cosa haya hecho Chávez, como si de solo cosas
negativas se tratara este periodo gubernamental; en el ínterin, demuestran tácitamente
como conservan mentalidades estancadas en el tiempo, mas allá de lo que sus
edades en general, pudieran sugerir como posible.
Diego Arria no tiene moral para decir que su gobierno sería
mejor, cuando el mismo fue gobierno hace décadas, o que puede llevar a Chávez a
un tribunal internacional, en clara declaración al mundo de nuestra incapacidad
para atender cualquier asunto interno, si fuera el caso, y solo porque le fue
quitado, en circunstancias aún no claras, un hato ganadero llevado al más puro
estilo criollo del siglo 19. Los otros, continúan siendo individuos que
responden más a las acciones del presidente en ejercicio, que a sus propias
potenciales visiones nacionales.
Todos dicen que no hay nada peor que Chávez, pero
ninguno demuestra ser superior a este, y ello simplemente porque no son
distintos: contemplan a Venezuela como algo estático, atado fatalmente a una historia
edulcorada, llena de culpables externos a nosotros mismos.
Ninguno es capaz de reconocer bondades al actual
gobierno y sus participantes; ninguno es capaz de montarse en el mismo podio
que Chávez para continuar y dejar atrás hechos nefastos que exigen llevar con nosotros
lecciones, y no rencores.
¿No es mejor chocar con una pared de verdades, que
seguir ciegos por un sendero falso e iluso? En Chávez veo a un hombre que quiso cambiar para
bien las cosas de raíz, sin haber encontrado nunca la fórmula para hacerlo. La
resultante ha sido un progreso muy opaco, casi que eclipsado por fracasos y distorsiones
con luz propia; lo peor es la cantidad de gente que insiste en remar en la otra
dirección, empecinados como decíamos hace un par de años, en mantener al bote
girando sobre un punto muerto, mientras que corrientes de las que apenas
comenzamos a darnos cuenta, nos arrastran lejos de donde nuestros corazones
dicen que deseamos ir.
Es tan triste la situación, que con todos sus errores,
muchos prefieren defender a Chávez, que caer en manos de hombres o mujeres que
se empecinan en representar cosas que ya percibimos, deben quedar atrás.
No defender a uno de los dos bandos, pareciera
restringirnos a vivir en un limbo con el riesgo de ser llamados apátridas por
un lado, o rojitos por el otro, pero les digo que lejos de ser un limbo, es un
mar tan grande como el que al norte de nuestra tierra se abre, y como en
tiempos de Miranda o de Bolívar, se presenta nuevamente ante nosotros para
protagonizar nuevos desembarcos de rectitud y constitucionalidad en nuestras
costas, en procura de nuevos y mayores niveles de libertad y justicia.
Sin gringos ni cubanos; sin brasileños o chinos. Solo
venezolanos sentándose a diseñar, con sus propios conocimientos y habilidades, sin
miedo al trabajo duro y al sudor copioso, el futuro.
Recuerden que nadie de afuera nos extenderá la mano
sin esperar algo a cambio, traducible en beneficios políticos o económicos. Así
de crudo. Disfrácenlo con diplomacia y retorica, pero aún así seguirá siendo la
misma cruda realidad.
Los precandidatos de la oposición, y los que
soterradamente aspiran desde el lado oficialista, en caso de que el presidente
no pudiera presentarse, tienen ante sí un muro infranqueable: El de la
desconfianza y la incredulidad. Podrán llegar a gobernar, pero lejos están de
ser hombres o mujeres libres de complicidades o mentiras. Para los que crean que el futuro refulgente
comienza en octubre del próximo año, les digo que se equivocan: Solo será la prolongación
de una mentira, o si prefieren llamarlo así, la continuación de la política que
justifica no ser honesto. Labrar una reputación creíble de rectitud y
sinceridad, llevará muchos años.
La viveza predominará, una vez más como medio
primitivo para sobrevivir frente a la debacle de la ley. La visión de una vida
republicana de ciudadanas y ciudadanos dispuestos a sacrificar ante los
errores, y de exigir ante los aciertos, continua inalcanzable frente a
nosotros, separada de nuestra realidad por muros de soberbia social, y fosos
donde se descompone la identidad nacional.
A los candidatos les digo: Enmienden sus caminos y
dejen lugar a los que si puedan hacerlo. Díganme
de que alardean, y les diré de qué carecen. Aún no lo comprenden. Recuerden
que un fotógrafo siempre estará a la vuelta de la esquina, presto a
inmortalizar la verdad; esa que valdrá siempre más que mil de sus palabras
tratando de justificar lo inexcusable.
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