Seguramente muchos no compartirán esto, y por supuesto, no les culpo. -Y eso sin caer en los terrenos de la ironía-. Como en el pasado reciente, más de uno afirmará que cualquiera podría hacerlo mejor que él, pero analizándolo en frío, al limitarnos a los hechos consumados, en verdad les digo que lo más triste en Venezuela, guste o no a un sector o a otro, es que terminado el periodo presidencial del ciudadano Chávez en el 2012:
No queda en la actualidad, distinguible con la claridad que el asunto demanda, alguien digno de administrar tanto poder concentrado incorrectamente, y de tantos recursos aún no dilapidados, y todo esto en medio de la muy erosionada confianza del colectivo, más que justificada.
Ahora no resulta fácil sustituirle eficazmente, sin levantar suspicacias, resquemores o peor, dejar un sentimiento de vacío, como cuando un querido familiar, bonachón y hablador, se ha ido para siempre.
¿Pero que pasó entonces desde aquel tiempo donde todos queríamos que llegara un “carajo con pantalones”, hasta hoy, donde nos descubrimos mirando con anhelo aquel escenario del después de Chávez y del oposicionismo que lo adversa?
¿Donde se dio el cambio, donde pasamos de la visión de un presidente, más bien a la imagen de de un compañero de "palos" en la esquina del pueblo?
¿En el fondo, nos "conforta" es el hecho de estar tomando los "palos" con el jefe, en confianza, sintiendo el poder que lo acompaña a él como si fuera de nosotros también?
Creo que por esto, es que en la actualidad, el acto en si de buscar a alguien así otra vez, -es decir “a otro carajo con pantalones pero no tan ambicioso”-, como posible candidato presidencial, implica para nosotros un riesgo, al tener que elegirlo entre un grupo de prospectos que quizás no resulten "tan buenos compañeros de palos", visión esta que lo hace engañosamente más fácil de concebir así si nos consideramos hundidos en una coyuntura, y por tanto, sin salidas, justo como ocurrió en los años previos al intento de golpe de 1992.
El asunto, que efectivamente posee un componente incógnito, desconocido, solo reviste un peligro real cuando ocurre en naciones débiles en su estructura de ley y espíritu. Eso, justamente nos afecta en lo más interno.
¿Será acaso esto lo que motiva a quienes se aferran a un líder y no buscan otra cosa?
¿Existe una especie de miedo primitivo a seguir buscando cuando se ha hallado algo, incluso cuando muestra fallas importantes?
Ante tanta “tolerancia”, Insisto:
¿Habría divorcios si la gente fuera tan tolerante como con los políticos y lideres?
Creo que no.
Los hombres anhelan empuñar la verdad absoluta, definitiva, como si de palabra de Dios se tratara, o de religión o culto habláramos.
De allí nacen los regimenes, por cierto.
¿Culto de hombres para hombres?
Les diré que ver el trabajo de “hormiguitas” (aunque muchas hormiguitas resultaron ser corruptas, aceptando dinero y no dudaron en irrespetar las normas electorales), efectuado en todo caso por cada bando político durante las elecciones recientes, y apoyados con ingentes recursos económicos, me hizo pensar en lo que seriamos capaces de hacer sino lo hiciéramos (ese esfuerzo), por motivación política partidista, sino más bien por motivación del mismo colectivo nacional, por venezolanidad pura y simple, como la retratada en la actual constitución, que es alma escrita nacida en un momento intenso y reflexivo de nuestra sociedad; quizás el mas cercano al espíritu de venezolanidad vivido en los últimos 30 o 40 años, sin que ello fuera incluso, buscado o reconocido.
Por eso les he hablado de la imperiosa necesidad de sujetarnos a ella, (la constitución), y no al pensamiento cambiante de hombre alguno sentado en la cúspide del poder nacional. La metamorfosis hacia algo irreconocible comenzó hace ya casi 10 años, y ello nos retrotrae al punto inicial de nuestra realidad: la necesidad que en un momento determinado, debamos elegir a una persona para ser cabeza visible –y no poder visible-, del gobierno, pero sólo para que ejerza la majestad del estado constitucionalista orientado al beneficio colectivo.
La sucesión de un presidente no puede seguir siendo lo más triste como tema de reflexión; el fortalecimiento de las estrategias que plantean soluciones a nuestros cuatro problemas angulares (Justicia, Trabajo, Salud y Educación), debe ser nuestro mayor foco de atención.
Soy de la opinión, que el mayor trauma que enfrentará el venezolano como colectivo, -cuando se decida a ejercitar la venezolanidad-, será en realidad, el aceptar que la ley debe cumplirse por encima de todo, sin negociación posible, y por tanto, sometiéndose a ella sin reclamar privilegios, sólo con Dios como presencia superior a esta.
O asumimos a la actual constitución como nuestra columna vertebral y de apoyo para las demás cosas que debemos hacer, o seguimos como parapléjicos voluntarios, sin control de nuestros esfínteres, dando como resultado deformadas y malolientes versiones constituyentes, una tras otra, defecadas sin control ni sentido.
Un militar gobernará como militar; un político gobernará como político; un ladrón gobernará como ladrón. Solo un venezolano, con identidad y constitución definida, gobernará como venezolano, y para los venezolanos, llegando al final de su periodo, ansioso por ver a otro venezolano sucederlo, para así continuar aplicando y puliendo la grande y colectiva planificación nacional, como quien limpia y cuida el plato donde un hijo comerá sus alimentos, necesarios para crecer…
Que difícil será confiar en nuestro espíritu de nación.
Primero habrá que descubrirlo; ¡La fe aún no es suficientemente fuerte y clara!
Hay un acertijo en la situación actual: Descifrarlo nos es necesario.
Sustituir a alguien en un cargo de elección popular cada seis años, no debe ser traumático ni atemorizante; sólo ha de ser un paso más en el largo proceso de evolución de una nación, y del colectivo que le da vida.
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