Murió porque en esa Venezuela que permitimos enfermar mortalmente, dejamos nacer un régimen sin retorno, autosustentado, independiente desde hace años de la población que queda, y bajo la figura de un gobierno de facto que ya sólo admite su derrocamiento como vía para el cambio real y profundo, frente a la alternativa nefasta de una más que cuestionable y acomodaticia “elección presidencial” por venir, que exclusivamente buscará mediante la impunidad y la transición conveniente entre muy pocos ya asociados al poder, la creación de otro pseudo gobierno que estará diseñado ahora para que sigamos siendo capaces de tolerarlo, aún cuando provenga del sistema donde siempre gobiernan y sufren los mismos, respectivamente.
Todo esto es así porque nada ni nadie se abre al cambio, sin antes aceptar lo que ha sido o fue, y eso es lo que tenemos en este caso como cuerpo nacional fallecido ante nosotros.
A causa de esa razón sería una insensatez insistir el dejar de ver lo que ya es tan brillante como el Sol mismo: que todos los políticos de oficio venezolanos, -en el interior o en el exterior del país-, incluyendo a los “asesores” y “opinadores” que les secundan y actúan en complicidad, sólo son hombres y mujeres que en esencia, (y en contraposición a la violencia sistemática del régimen con el cual cooperan abiertamente o no), le temen a todo lo que suponga el uso de la fuerza y de la contundencia, actuando en consecuencia por ello siempre para no invocarla. Es así porque ellos le temen al poder del consenso, al poder de una población en la calle sin vuelta atrás, y al poder de las armas dirigidas no a oprimir, sino a liberar, y esto ocurre porque reconocen que ellos mismos no podrían garantizar sus propias supervivencias políticas si se colocan del lado de la transparencia que debe ser comprobada mediante el ejercicio de una justicia totalmente imparcial.
La resultante de este pragmatismo sin escrúpulos que inclina la balanza a favor de ellos mismos ha sido la consecución de un fracaso nacional monumental, sólo tan grande para erigirse como lo hace frente a todos nosotros, como grande ha sido el pedestal social que le hemos construido poniendo las espalda, -dóciles y rendidas-, para que semejante esperpento señale la dirección que como país y luego como colonia, elegimos por acción u omisión soportar.
No haber tenido el tino para ser un pueblo con fe real en algo colectivo por lo cual esforzarse nos ha pasado factura, porque jamás nos dimos cuenta de que hemos vivido de herencias manipuladas por algunos, de epopeyas ajenas y de héroes del pasado, incluso cuando estos se hicieran presentes mediante disfraces utilizados por personajes públicos y nefastos a partir de 1992. En ningún momento nos empeñamos con rigor a construir algo, sentirlo como propio, y conservarlo. Nunca realmente con el grado de solidez necesario para que se mantuviera en el tiempo. Ahora por asunto de supervivencia tenemos que hacerlo o sino, perecer como lo hizo la Venezuela que habíamos heredado y que finalmente por acción y por omisión, le dimos a Chávez para llevarla a la funeraria de la historia con el mismo en el ataúd.
Esto no lo digo como sentencia condenatoria para todos los que estamos; lo digo al contrario, desde la más pura intención de dejarnos de una vez por todas desnudos y sin excusa frente a la verdad que ha drenado lo mejor de esta nación oprimida, para dejar sólo un concentrado toxico y dañino de sumisión, envasado en un oscuro contenedor colonizado de arrogancia y prepotencia.
Hay amor aún, si, pero disperso, latente, sabiéndose insuficiente unido y si muy repartido como para marcar un nuevo rumbo aún, aunque va haciendo lo suyo, imparablemente, con paciencia.
Mientras no nos decidamos a admitir la muerte de lo que fue, estaremos condenados a seguir girando en círculos, como bueyes amarrados a una pesada piedra de molino, mientras convertimos en polvo de oro para otros, lo que pudo ser en justo orden y responsabilidad, un país de bien para todos.
Les digo que no hay tiempo perdido ni ganado, cuando se trata de la vida y de los pasos necesarios para aprender. Aunque todavía nos vemos como un inmenso conglomerado disímil de perspectivas y consciencias, heridos, confundidos e incapaces de coordinarnos bajo un ideal que alcanzar, eso cambiará, y entonces podremos antes de lo que creemos, estar festejando un cambio profundo y duradero, si así nos lo proponemos.
Sé que nos duele descubrir que estábamos en el paraíso (por lo natural y rico, no por los gobiernos y las actitudes que teníamos), y ver que nos lo dejamos quitar de a poco, entre los pliegues que nuestra golosidad mental nos ocultaba. Ahora que estamos desnutridos y raquíticos, no debe haber sitio donde ocultar nada, a menos que insistamos en hacernos “pliegues” al doblar la espalda y las piernas para seguir arrodillados haciéndole reverencia a ese extracto puro y sucio que en forma de minoría mafiosa tras el disfraz de “gobierno”, “oposición”, “fuerzas armadas” y “amigos internacionales”, nos dominan.
Aun podemos. Es todo lo que tengo para decirles. No tengamos miedo a escribir el epitafio de esta Venezuela que cumplió su ciclo; así tendremos el valor para darle cuidado y cobijo a la nueva Venezuela que nacerá.