No se trata del titulo de una larga y detallada entrada al blog; es más bien la pregunta que le hago a todos ustedes, ahora que estamos inmovilizados como sociedad, paralizados como nación y secuestrados por quienes arrebataron el poder del soberano, para declarar con sus actos, a la dictadura.
¿Qué vamos a hacer?
No he querido escribir en estas semanas, porque en el país se está haciendo desde hace rato muy cuesta arriba subsistir, y el tiempo que me queda es para coordinar lo que en familia constituye un esfuerzo enorme por llevar la comida de cada día, con escaso exito.
Venezuela se está deshaciendo, y nadie hace nada; poco vale lo que se ha vuelto un patético artículo en la Constitución que versa sobre el derecho que tiene el "Soberano" a levantarse contra aquel gobierno que pierda el hilo de los valores nacionales. La dictadura se encargó de neutralizarlo, de la misma manera en que neutralizó cada artículo que sugiriera el cumplimiento de la ley, de los principios morales, y de los principios éticos en cada espacio del gobierno republicano. La sociedad perdió el rumbo y con ello su poder para auto-regularse mediante el imperio de la ley y el instrumento del gobierno como mecanismo sujeto a ella, y lo que es peor: Aún no saben que deben aceptar que el Norte señalado por la brújula de los valores morales, va mas allá de cualquier interpretacion personalista.
Aqui no se trata de pedir intervenciones externas, y esto hay que afirmarlo al menos con la misma fuerza con que debemos repeler los tentáculos que otros gobiernos han logrado insertar en nuestro aparato de gobierno, robándonos soberanía.
Tampoco es cuestión de esperar que "Cartas Democráticas" de una vetusta OEA apalanquen el cambio que por naturaleza y esencia misma de las sociedades humanas, debe ser propiciado en este caso por los mismos venezolanos.
Debemos aprender a lidiar con las dictaduras y sus dictadores; con las injusticias y sus delincuentes; con la riqueza mal encausada y la pobreza tolerada; con la enfermedad que nos mata mientras los poderosos se curan en hospitales extranjeros, así como con el dolor de descubrirnos arrogantes y ciegos ante la verdad que nos pega y destroza la cara.
Necesitamos verlos a todos ellos enjuiciados por traición a la patria y robo a la nación; necesitamos verlos tras las rejas y sin posibilidad de escaparse; necesitamos ver que son deportados desde otras naciones y acogidos en nuestras penitenciarias tras el debido proceso.
Hay tanta hambre de justicia, como hay hambre por falta de comida.
Estamos en el filo mismo de la desesperanza; ese momento casi mágico en el que todo se detiene y parece muerto, aunque sintamos aún los débiles latidos de la República que agoniza.
No falta casi nada para que las cosas se muevan, pero no hacia adelante, sino más bien en todas direcciones, como cuando un potente terremoto mueve y destroza todo debido a la acumulación de la energía de aquellas inmensas masas que colisionan la una contra la otra, producto de que no supieron ir drenando la presión acumulada por el impacto de lo injusto e impune.
Tengo hambre, como mi familia la tiene; tengo dolor por lo que atravesamos, pero más por el doloroso vacío que me azota al ver que todo se queda por momentos sin movimiento, como aquel escupitajo que lanzado hacia arriba, finalmente es vencido por la fuerza de gravedad, y que luego de paralizado por un instante, debe comenzar a caer para acumular la misma energia para estrellarse en la cara del imprudente.
Si en vez de eso fuéramos organizados y convencidos del poder de lo moral y de lo ético, podríamos aprovechar esa energia de caída para remontar vuelo con técnica y elegancia, en vez de seguir mirándonos unos a otros, para estrellarnos miserablemente en el suelo de lo inutil.
Si en vez de eso fuéramos organizados y convencidos del poder de lo moral y de lo ético, podríamos aprovechar esa energia de caída para remontar vuelo con técnica y elegancia, en vez de seguir mirándonos unos a otros, para estrellarnos miserablemente en el suelo de lo inutil.