Sé que ha pasado más un mes desde que escribí; entenderán que como en la física, donde un
objeto cayendo libremente obedece a una constante de aceleración gravitacional,
así mismo el tiempo pasa sin misericordia y de manera continua cuando las cosas
se deterioran y se estancan en lo social, en lo económico y particularmente, en
lo político, como es el caso de Venezuela.
De la misma manera continua sin embargo, observo al ya atornillado en la
silla de Miraflores presidente Nicolás Maduro, (con su triunfo “jalado” de los
pelos de la sinvergüencería y el descaro institucional a todo nivel concebible),
convertirse de a poco, -y haciendo tan poco-, pero con el empeño que ha demostrado desde hace
años, junto con su compañera femenina, en la pareja más exitosa que ha existido en los
últimos 50 años en la vida política nacional, sin
que por ello, paradójicamente y de una manera imperturbable, el mismo Nicolás
evite el estarse convirtiendo también en el “Jaime Lusinchi” de la quinta
republica.
Su gobierno no deja el cómodo absolutismo en el que Chávez se sentía a
gusto, al verticalizar toda acción y decisión política, criminalizando en el
proceso con ello, cualquier disensión o critica, mientras que su estrategia de
ignorar de forma total al 50% que no votó por el (en realidad, más de 50% si descontamos las trampas y abusos), rinde
frutos, al descalificar permanentemente
a sus opositores políticos agrupados alrededor de la lenta y rígida MUD.
Poco a poco se ha convertido en el hombre que aprende a administrar los
diferentes grupos de poder que lo mantienen en el gobierno, dejando la
“gerencia” de estas labores a su compañera femenina, con un éxito que insisto,
resulta inigualable en la historia reciente del país.
Duelale o no a quien se sienta aludido, tengo que decir una vez más que
Capriles no estuvo a la altura que aquel resultado electoral le exigía;
simplemente en el, como en muchos, la capacidad de sacrificarse por el país, es
realmente baja y cuestionable, por no decir otra cosa. Lo sigo viendo, como alguien carente de
la madera que un puesto de presidente exige. Maduro tampoco la tiene, como Chávez
no la tuvo, al mirarlo en retrospectiva fría y sin pasiones inútiles.
En todo caso está claro que el renunciar a la comodidad es algo a lo que
muchos,- en esta economía de puertos y
tramites corruptos, con oportunidades de negocios en dólares fáciles-, les resulta imposible de justificar.
Las cartas están echadas: Lo que queda es seguir descendiendo
incontroladamente por este despeñadero, mientras las ultimas bebidas alcohólicas
del tercermundismo subdesarrollado amalgamado con petrodólares que nos
embriaga, se agoten.
Supongo que en algún momento de confluencia “temporal y espacial” entre lo
divino y lo humano, ocurrirá un giro inesperado en el destino nacional, y lo
que estaba llamado a convertirse en el país con las mayores oportunidades
desperdiciadas, se convertirá finalmente en la nación que indicará el camino
del equilibrio y la verdadera justicia social, en un ambiente de prosperidad y de
fortaleza moral y constitucional.
…Pero no se entusiasmen: Aun falta andar por el desierto de la miseria
humana, antes de llegar a esa confluencia; a esa tierra prometida…
Cuando nos persuadamos de que no
hay otra vía para el éxito nacional que la de reconocer todos y cada uno de nuestros
errores y desaciertos, nos estaremos enfrentando por primera vez a la
posibilidad de andar el camino correcto y descarnado que nos acerque a la
verdadera prosperidad.
Mientras, sea Nicolás
Maduro y su manera de llegar al poder por la vía del abuso y de la instauración
de un régimen amoral, la expresión más patente de la descomposición social y ética
que debe vivir el país antes de despertar desnudo y confundido en la calle, con
la resaca insoportable por tanta oportunidad perdida.